El ministerio de la felicidad

20/11/2014

Joaquín Pérez Azaústre.

Encender una vela en la oscuridad no es solamente una fabulación al abrigo del fuego. Hay grandes narradores que nos cantan y calientan la hoguera en el abrigo de las buenas historias, matices que anudamos al relato de un instante de nuestra biografía que recordamos siempre. Y son grandes momentos, cuando puedes echar la vista atrás y recordar la canción que estabas escuchando al tocar unos muslos, al adentrarte en esa inmensidad que es la despedida de una época. Esto es el abrigo, la posibilidad de este regreso al paraíso más o menos mudable, pero aún intacto en una melodía, en los versos que pueden cabalgar en un vacío de tiempo que llenamos. Y me ocurre con grandes cantautores, quizá con los más grandes: con Silvio, con Serrat. Sé que puedo volver a ellos y sentir algo parecido a lo de entonces, o recordarlo al menos, y contemplar al hombre que soy desde los ojos de un muchacho que no era tan distinto, aunque no había sentido el peso de los días, sabiendo que él también podrá reconocerme si me encuentra.

Claro que los grandes cantautores, o los mejores para el gusto de cada uno, tienen varias versiones: decenas, cientos de lecturas para un oído atento, porque también los temas crecen con nosotros. Quizá en mi caso esa secuencia esté demasiada ceñida a su descubrimiento, como si la canción misma se hubiera ya quedado recluida en su porción de vida, para ensancharla y para engrandecerla. No me ocurre eso con toda la producción de Ángel Petisme. Por supuesto que tiene miles de sentidos ganados en la escucha, pero cada vez que regreso a Sol de medianoche, El tranvía verde, Los sueños se revelan, Los olvidados o Golpes de mar, sé que se me ofrecen canciones diferentes, que ya no son las mismas que la última vez. No son canciones enhebradas en el hilo sutil de mi vivencia: son experiencias puras en sí mismas, en una plenitud que comienza y se dispara luego dentro de ellas. Me sucede con toda la obra musical de Ángel Petisme como con la poesía de Gimferrer: no es un acompañamiento de la realidad, sino una realidad autónoma, con su propia ebriedad codificada y también con su exenta plenitud.

El ministerio de la felicidad es un disco que ahonda en esta percepción, un cuerpo vivo con su propia caja –La cajita del amor– de resonancias internas, pero también externas, como el nuevo libro de poemas que sale al alimón, El lujo de la tristeza, del que ha hablado mucho y bien Luis Antonio de Villena. Hace ya varias semanas que no me puedo quitar de la cabeza Mi gigante preferido, la figura del padre convertida en ternura, en la delicadeza superior de quien sabe afrontar un sentimiento al revestirlo de su entero calor. Escucho Mi gigante preferido y veo también a mi padre, como también deseo que cualquiera que esté herido o derrumbado pueda escuchar El vino de las piedras, el mejor antídoto para una depresión, porque hay mil motivos para vibrar en la respiración del milagro diario. Canciones terapéuticas, que nos ensanchan el aire en los pulmones, que tocan el dolor privado del desahucio –Virgen de los Peligros, ese temor íntimo de cualquier madre ante la indefensión. Además nos votaréis, desde una viñeta de El Roto, nos lanza a la batalla dialéctica y social por dejar de ser una sociedad sólo sufriente, y es capaz de hacerlo sin una moralina impostada en los versos, con la fiereza del alegato duro y vivo. Y Una vela en la oscuridad, en el recuerdo de nuestro querido Félix Romeo, es otra manera de traernos, de vuelta, su generosidad, esa capacidad que tenía Félix para cruzar contigo un par de frases y hacerte creer en tu mejor versión. Hay mil motivos para entrar en El ministerio de la felicidad: quizá el principal es que sea precisamente eso, ese ministerio, y el edificio de su propia verdad.

Estos doce temas de Petisme son Un mensaje al futuro: lo que podremos ser, ese derecho a la felicidad que es un segundo hoy, y cómo creceremos al seguir escuchando unas canciones que nos irán cambiando, que mutarán y nos habitarán dentro del pecho, porque ya son un eco dentro del organismo y también vivirán, naciendo a nuestro paso.

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