Sin perdón o cuando Gregorio Morán tomó (de nuevo) su fúsil

23/01/2015

Daniel Serrano. Gregorio Morán es el William Munny del panorama cultural español. Cuando ajusta cuentas lo hace sin piedad.

Planeta vetó la publicación de este libro por el capítulo en el que el autor critica a Víctor García de la Concha y la RAE y resulta que esas páginas apenas si son pellizcos de monja en comparación con los bofetones en pleno rostro que Gregorio Morán reparte entre lo más granado de la cultura española que hizo el franquismo y la Transición.

Aquí el que no es maricón es borracho o adúltero y todos son cobardes casi sin excepción alguna.

Se salvan algunos personajes de nuestra cultura (Max Aub, Manuel Sacristán, Luis Martín-Santos…) pero a la mayoría se les retrata con una crueldad a la vez certera y arbitraria, saludablemente hiriente pero a veces injusta.

O sea, de acuerdo con que la Transición no fue el relato heroico que algunos vendieron pero de ahí a atacar con saña a todo aquel que no preservara su pureza al ciento por ciento hay una distancia sideral.

Por ejemplo, José Hierro es ridiculizado de modo regular a lo largo del libro por parte de Gregorio Morán. ¿Por qué? Pues porque, según Morán, el poeta que en su vejez se hizo pasar por resistente antifranquista sobrevivió al franquismo sin alzar la voz ni un poco y escribiendo para publicaciones del Opus, absolutamente traumatizado y acobardado a causa de su experiencia (siendo casi un niño) en la cárcel del Dueso. Es lo que tienen las dictaduras: gobiernan sobre el terror y la miseria y abocan a la mayoría de la gente normal a vivir asumiendo su cuota de mezquindad.
José Hierro fue una víctima que optó por salir adelante como pudo. Con las contradicciones propias de cada cual.

Gregorio Morán se muestra injusto con José Hierro y se muestra despectivo con García Hortelano, a quien dibuja como un borrachín simpático que jamás logró hacer una buena novela. Y yo que recuerdo haber disfrutado de Tormenta de verano y Nuevas amistades.

En fin, que Gregorio Morán dispara a todo lo que se mueve y presenta el franquismo y la Transición como una concatenación de traiciones y de pactos entre mediocres.
Lo cual puede que sea cierto pero sólo en parte.

Y dicho esto añado que El cura y los mandarines ha de calificarse sin duda alguna como magnífico libro, escrito maravillosamente bien, repleto de datos, nombres, acotaciones, fechas. Una obra monumental de esas que son tan poco habituales en España, dados como somos a la molicie y a escribir naderías que pasan por obras maestras (ejemplo: El impostor).

Gregorio Morán es un analista incisivo y tiene más razón que un santo en muchas de sus apreciaciones. Absolutamente brillante resulta su reflexión sobre cómo la Transición, al final, supuso una operación en la que los hijos de los vencedores, una vez superada su etapa rebelde y acomodados en el poder, perdonaron a sus padres, aquellos que instauraron la dictadura y gozaron de sus prebendas y reprimieron y metieron en la cárcel al prójimo. O sea, los Pradera, Cebrián, etc.

Y, ojo, que tal vez lo que denuncia Gregorio Morán sea simplemente ley de vida.
Vivir es traicionarse. ¿Quién se conserva puro incesantemente?

En ese aspecto conmueve especialmente el capítulo dedicado a Manuel Sacristán. El pensador más dotado de su generación, maestro de maestros, gran intelectual del Partido Comunista en el ámbito universitario. Se conservó inmaculado para sufrir el olvido a toda prisa, para verse sin cátedra y sin asideros en un mundo que se dirigía a otra parte, con antiguos camaradas colocados en ministerios y diputaciones provinciales, gobernando con aquel PSOE que había hibernado durante 40 años de fascismo.

También resultan reveladores algunos capítulos de cómo la intelectualidad se vendió al socialismo rampante por un plato de lentejas (muy suculento, eso sí). Gregorio Morán cuenta lo que se indignó el insobornable Sánchez Ferlosio cuando le ofrecieron 50.000 pesetas de la época (años 80) por escribir dos o tres folios ¡para el catálogo de una exposición de abanicos! Al viejo gruñón le pareció indigno pero no así (recuerda Morán implacable) a Gil de Biedma, Rosa Chacel, Sánchez Dragó, Vázquez Montalbán, Fernando Savater, Antonio Gala, Camilo José Cela y un buen puñado más de literatos que se llevaron cada uno sus 10.000 duros por disertar acerca del noble arte del abanico.

Gregorio Morán expone las vergüenzas de la cultura española sin tapujo alguno. Y eso está bien. Se puede estar en desacuerdo con muchísimas de sus apreciaciones. Pero hay que agradecerle que se atreva a escribir libros así.

Aunque lo más curioso es que la polémica sobre este volumen cargado de veneno se haya quedado en que si Víctor García de la Concha y la RAE y no sé qué zarandajas.
Ah, y también se habla y mucho aquí de Jesús Aguirre, duque de Alba sobre cuya tumba se ha puesto de moda escupir. Bueno, seamos respetuosos. Que la tierra le sea leve, se suele decir en los funerales. Pues eso.

El cura y los mandarines. Historia no oficial del Bosque de los Letrados. Cultura y política en España 1962-1996

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