‘La doble vida del candidato inmolado’

15/02/2015

Luis Sánchez Merlo.

“Usted tiene fama de ser un seductor; ¿teme usted el poder de los rumores en la vida pública?” DSK: “Esa no es un arma que yo emplearía.”

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Lille la ciudad francesa más fronteriza con Bélgica, es el escenario del juicio que se ha reanudado esta semana a propósito del ‘caso Hotel Carlton’, por el que están juzgando a Dominique Straus- Kahn (DSK) de un presunto delito de proxenetismo reforzado  (explotar o utilizar a prostitutas de manera organizada).

La ha vuelto a armar, y eso después de haber logrado -por los pelos y gracias a un acuerdo económico- salvar los muebles de un lance anterior, que se ha llevado, sin embargo, por delante su cargo como director del FMI y una cimbreante carrera política.

Nacido en una familia judía, establecida en Agadir (Marruecos), de donde salió hacia Mónaco a raíz del terrible terremoto, este socialdemócrata francés y ex ministro padece una insaciable afición al sexo que habría venido a arruinar su oportunidad de optar al cetro del Eliseo.

Y es que este hombre no tiene remedio, aunque siempre habrá quien le defienda, como la española Carmen Llera que presume de conservar la amistad con todos sus antiguos amantes –entre ellos, el escritor Alberto Moravia y el líder druso libanés, Walid Jumblat- y que en una carta al director de Il Corriere della Sera escudaba a su amigo: ‘Conozco y frecuento a DSK desde hace años. Niego que sea un «hombre cruel, primitivo o sádico». La violencia no forma parte de su cultura. Ama el sexo ¿y qué?

(2011 – New York – Hotel Sofitel)

Pero volvamos a 2011, en New York, donde a DSK le sacaron de un avión, ya a punto de despegar para Paris, acusado de haber forzado a una camarera guineana, a tener sexo oral en el Hotel Sofitel.

La policía americana, con rapidez y frialdad, lo detuvo sin plantearse si se trataba del gerente del FMI o de un viajero anónimo. Lo sacaron del avión de Air France, sin pamplinas, casi a rastras y sin perder el tiempo en verificar la certeza de la denuncia, dado el riesgo de fuga.

DSK sería la ‘víctima propiciatoria’ de esa curiosa ‘enfermedad’, con etiología tan francesa – ‘démons du Midi’– que combina ingredientes múltiples: vida rutinaria, sitiada por el aburrimiento, cansancio por el trabajo y deseo de sentirse joven, un cóctel que aboca a los que han franqueado una determinada barrera de edad -de ambos sexos- a buscar una segunda juventud fuera del estructurado hogar, en el que ya poco queda por descubrir.

A sus sesenta y tantos años, este judío, gerente del FMI, profesor de Universidad, ex ministro de Hacienda, casado -por tercera vez- con una estrella de la televisión francesa, sufrió daños irreparables en su carrera política hacia la presidencia del Hexágono, tras la cinematográfica detención en el John Kennedy Airport, placeada en Twitter al poco de suceder.

Dada la mal disimulada manía que tienen muchos americanos a todo lo que huela a francés uno no puede dejar de considerar la posibilidad de que a este hombre -tan inteligente como fogoso- alguien le haya tendido una trampa de miel, porque ¿a quien se le puede ocurrir echar el pestillo de la habitación con la camarera dentro y abalanzarse sobre ella, forzando su voluntad?

Desde luego que no es algo muy propio de un hombre que, junto a su fama de seductor, dejó en la UE el recuerdo de ministro competente y europeo convencido -con la puesta en marcha del Eurogrupo- y que hasta el episodio del Sofitel tenía serias opciones de llegar a ser el próximo jefe del estado; quizás una ofuscación transitoria, pero -en cualquier caso- injustificable. Menudo regalo de domingo le hizo a Nicolás Sarkozy, su íntimo contrincante.

Este comportamiento de Strauss-Kahn, más propio de un adolescente en crisis de identidad, con serio problema de juicio, ya la había armado años antes, a cuenta de sus escarceos con una economista húngara del FMI. Sin embargo, y aunque su asonada en el hotel de Manhattan fue exponente de una conducta indigna subyacen algunas cuestiones -quizá retóricas y maliciosas- sin despejar: ¿es posible que hubiera habido algo de exageración por parte de la víctima? ¿Cuánto hay de maniobra urdida por  sus oponentes políticos?
Un happy end puso punto y final a este lamentable incidente, gracias a que la guineana, en virtud de un suculento acuerdo económico, aceptó retirar los cargos. Y es que la justicia funciona así cuando uno –en este caso su ex mujer- se puede permitir pagar las copiosas minutas de esos despachos de abogados.

(2015 Lille – Palais de Justice)

Un tribunal –dos mujeres y un hombre- ha empezado a juzgar, en el Palacio de Justicia de Lille -un edificio moderno de hormigón, de construcción controvertida, al lado de un hospicio-, al acusado DSK y a sus compañeros de correrías, por unos presuntos delitos que tuvieron lugar entre 2009 y 2011.

Vestido con un traje negro, los brazos cruzados y sentado –junto a un jefe de policía y dos hombres de negocios- en la primera fila de la sala del juzgado, DSK, quien, según los magistrados de Lille, era “el rey de la fiesta» y estaba, por ello, al tanto de la condición de las mujeres que le presentaban, sostiene que ni fue nunca al Carlton, ni se reunió jamás con el proxeneta «Dodo la Saumure», -el dueño de los  burdeles en Bélgica que se blanqueó los dientes en España con vistas al proceso- ni sabía que a las que participaban en los parties les pagaban para tener sexo con los invitados.

Estas orgías -sufragadas por hombres de negocios de medio pelo, candidatos a los favores del futuro presidente- han sido calificadas –una forma muy gala- como libertinas por parte del tribunal, lo que no ha dejado de  provocar en los medios anglosajones alguna que otra mueca. Ya se sabe, los franceses…

El ‘rey del party’, que según parece habría asistido -entre 2009 y 2011- a 15 soirées en Paris, Lille y Washington, como se desprende de la investigación policial a René Kojfer,  relaciones públicas del Carlton acusado de haber facilitado prostitutas a amigos y clientes, se defiende, sin inmutarse, de las ‘peligrosas y maliciosas insinuaciones y extrapolaciones’. Sus partidarios lo justifican aduciendo que Dominique es víctima de una nueva cruzada moral y que aunque su conducta pueda calificarse de extraviada, está lejos de ser criminal.

El fiscal se ha esforzado en sostener que la evidencia contra DSK es endeble, sin embargo, a las dos mujeres que forman parte de la triada de jueces el alegato del fiscal les pareció una pamema, por lo que lo ignoraron y ordenaron la apertura del juicio oral.

El presidente del tribunal, con pajarita de rayas negras y amarillas ha abierto el juicio advirtiendo que ellos no son los guardianes del orden moral, sino del derecho y su correcta aplicación por lo que se va a examinar los detalles, las anécdotas y los hechos bajo el ángulo de la calificación penal.

Es lógico que el magistrado ponga las manos por delante y advierta que éste no puede ser un juicio sobre la doble vida del acusado, principal beneficiario e instigador de las fiestas libertinas y favorito de los sondeos en las presidenciales francesas de 2012. El juicio promete ser largo y una sentencia justa para la temida cruzada le podría costar una condena de hasta 10 años de prisión y 1,5 millones de euros de multa.

Sin minimizar la gravedad de los hechos que no dejan de ser constitutivos de delito, uno no puede evitar sazonar el sucedido con una reflexión no exenta de cinismo, y es que algunos personajes públicos -entre los achaques de autoestima por la edad, las servidumbres de la próstata y la permanente carrera electoral- son incapaces de contenerse. También Berlusconi, ya fuera de la pista política, se inmoló, a cuenta de sus enredos en Cerdeña con una menor marroquí. Como él DSK, otro sesentón, con indisimulado síndrome metabólico, a quien que no se le ocurrió otra cosa que asaltar a una joven afroamericana de 32 años, antes de poner rumbo a Paris, para explicitar sus planes como candidato y reunirse con Merkel.

A esto, los especialistas lo llaman crisis de identidad pero, tal y como está la cosa, a los contribuyentes les llevan los demonios, sólo de pensar que están delegando la responsabilidad de administrar los menguantes ingresos y la creciente deuda, en manos de individuos tan poco juiciosos en su vida personal.

Los lectores cinéfilos recordarán la película ‘Bienvenidos al Norte’ (2008), una comedia francesa que cuenta las andanzas del director de una oficina de correos en el sur del pais quien, como medida disciplinaria, es enviado a la región del Norte -donde está Lille– la cual, no olvidemos, formó parte –hasta no hace tanto- de los Países Bajos españoles.

Y es que no podían haber encontrado escenario más adecuado para celebrar este auto de fe, que pedirá explicaciones y condenará a este destacado elemento de la casta parisina al que han pillado con las manos en la masa. De ahí que la pregunta que se hacen los pundits es: ¿cómo es posible que un hombre tan poderoso haya podido llegar a ser tan estúpido como para disfrutar de unas relaciones sexuales tan comprometidas, susceptibles de someterle al chantaje y la presión? Porque no es otra cosa que la moral lo que se está juzgando en Lille. Puro Balzac.

Lille, hermanada con Valladolid y territorio socialista, es un campamento universitario, ocupado por ciento cincuenta mil estudiantes, con excelentes restaurantes en los que descuellan las ostras y el foie de canard. Aunque a mis nietas lo que más les gusta es que las lleve desde Tournai a la Gran Plaza de Lille -no lejos del Hotel Carlton- donde, en ‘Glaces Ruiz’, venden unos aparatosos helados de frambuesa.

 

 

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