El jardín a la sombra

10/03/2015

Joaquín Pérez Azaústre.

La poesía puede ser un momento aterido en la vida de un hombre.

También esplendoroso, batiente y muscular; pero con cierta generalidad, en la composición desde una realidad que nos conmueva y salve de la pesadumbre de la actualidad, la gran poesía es el fruto de una reflexión sobre un instante, la transición dilatada, en su sombra esparcida, sobre el lento pasado y el presente como una plenitud que se sabe aceptada en su propio retrato. Mucho hay de escrutinio y de contemplación en un poema, de indagación y de necesidad de plasmar en el canto ese descubrimiento de los distintos estados de uno mismo. El de Nombre entre nombres, el último libro de poemas de Jacobo Cortines, publicado por Renacimiento, destaca por la tranquilidad de una sabiduría encontrada en la propia vivencia. Eso no significa que no haya habido también momentos de zozobra, de una fragmentación –con rotura interior- de la casa y el campo de aquellos veranos en el sol de la infancia, con sus restos esparcidos por el suelo del antiguo salón, temporalmente ruinoso, como esos mismos cristales rotos de las ventanas por las que entra el viento del jardín abandonado, con los cipreses de la identidad conservando el vigor ancestral de la tierra. Porque sin dolor del desescombro, con su relato previo del derrumbe, no es posible explicar la experiencia vital del regreso a la luz, su sensación de espacio ya habitable, con el mismo poema vuelto resurrección.

Al hundir los talones en la arena, sin naufragar en el silencio propio, el poeta se encuentra con esa placidez tersada sobre el mar, y la vuelve paisaje en la retina calmada del lector. Dentro de ese paseo, el jardín es la ausencia, nos llega entre las voces que estuvieron un día muy cerca de nosotros. Alguien quizá espera al fin de la espesura, y el poeta desanda su camino de regreso a casa mientras quedan atrás, con el cálido aliento expirado del día, otras tardes iguales, con sus risas lejanas. Pero vuelve al hogar y, al terminar la cena, también son las palabras de otros, que acaban de marcharse, las que flotan descalzas, en el mutismo abierto y cenital cuando se queda solo, entre ensueño y nostalgia, porque todo se apaga, en la casa dormida, en esta noche intacta del poema.

Escritura y verdad, escritura y belleza. ¿Dónde estamos ahora, desde dónde escribimos? El territorio limítrofe en el que se sitúa la poesía de Jacobo Cortines, entre la realidad fabulada en una evocación, y el despertar corpóreo, violento a veces, de la inmediatez consciente de su pérdida, se concentra en el paso del sujeto poético entre diversos planos, con la serenidad del daño, asimilado como naturalidad de la vida, proyectada como una salvación; porque todo pasado se edifica y puede recobrar su plenitud. Algo de eso hay aquí, algo que nos alumbra y nos sostiene, que nos hace mejores en la contemplación del mañana posible. En el hermoso y gran poema largo que cierra el libro, lleno de referencias identificables, desde su partición inicial, la herida convertida en acta notarial de un dolor, titulado, como el libro, Nombre entre nombres, Jacobo Cortines comparte con nosotros la reedificación de una realidad que ahora es la nuestra, que también nos acoge y nos da asilo en la fértil campaña y sus nuevos veranos.

Plasticidad y ritmo, belleza sensorial lampedusiana. Porque “Vosotros fuisteis grano y germinasteis / en mí multiplicados y otros frutos”, con la hospitalidad en esa tarde pacífica, entre baños y charlas, con largas sobremesas, la pequeña bodega y “los jazmines / salvados del olvido”, también nosotros mismos nos salvamos de la oscuridad.

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