El aguamanil

07/05/2015

Luis Sánchez-Merlo.

aguamanilCuando estudiaba en Lovaina, conocí a un vigoroso político belga, Pierre Wigny, que acabaría siendo un benefactor para mí, joven insolvente que procedía de un país autoritario –sometido a una dictadura que ya por aquella época empezaba a estar averiada- con vetos a los demócratas para acceder a posiciones reservadas. En mi caso, el deseo de estudiar en el Colegio de Europa, en Brujas, que, para colmo de males, había sido inspirado por el genio de un liberal español, Salvador de Madariaga.

El barón social cristiano y su mujer nos convidaron a un almuerzo en su casa, una casa de la alta burguesía belga, a un estudiante mexicano, ya casado, a su esposa y a mí. Como el menú arrancaba con unos crustáceos que implicaban emplearse bastante a fondo, los anfitriones habían tomado la precaución de colocar a la derecha de la selecta vajilla de Wedgwood los correspondientes aguamaniles.

merloY no es que la mía fuese una infancia de dedos con sabor a marisco pero había tenido ocasión de leer una de las Normas del perfecto invitado de Julio Camba, que dice: “El agua del aguamanil, con su rajita flotante de limón, es para limpiarse los dedos. No vaya usted a confundirla con una taza de té a la rusa y se crea obligado a tomarla por cortesía”.

Pues bien, cuando la esposa del mexicano había dado buena cuenta del marisco, se bebió el aguamanil en su integridad. La anfitriona se sumó -con reflejos felinos y enorme naturalidad- a la torpe maniobra de la hermosa invitada, lo cual terminamos imitando el resto de los comensales.

La joven mujer podría haber confundido el «aquamanarium» con una palangana con la que hacerse la toilette, siguiendo los consejos de Fray Luis de León quien en La perfecta casada prescribe así la maniobra: Tiendan las manos, y reciban en ellas el agua sacada de la tinaja, que con el aguamanil su sirvienta les echare y llévenla al rostro, y tomen parte della en la boca y laven las encías, y tornen los dedos por los ojos, y llévenlos por los oídos, y detrás de los oídos también, y hasta que todo el rostro quede limpio no cesen; y después, dejando el agua, límpiense con paño áspero, y queden así más hermosas que el sol».

Aunque nunca volviera a saber nada de mis condiscípulos mexicanos, cabe intuir el estrambote del convite, a tenor de la cara de él, que ya sería un poema el resto del almuerzo. Mi gesto de seguidor complaciente, si bien haciendo uso del aguamanil como objeto religioso, anterior a su uso higiénico, tendría su premio pues, sin duda, complació a nuestro anfitrión y gracias a sus buenos oficios epistolares pude romper el candado y lograr la admisión en el Colegio de Brujas.

Aviso también para los jóvenes ejecutivos en sus desplazamientos  sociales: en la duda, no dejen de beberse el agua, llegado el caso.

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