La revolución del sentido común

21/05/2015

Joaquín Pérez Azaústre.

Hoy la dicha escampa sobre el aire, se perciben las hondas emociones de los amaneceres verdaderos, con el aura dorada de palabras beatíficas. Estamos, sí, de enhorabuena: Mariano Rajoy lidera la revolución del sentido común. Pero ¿eso qué es?, se preguntarán los incrédulos. Pues la revolución de la gente sensata, podría contestar el mismo Rajoy, suponiendo que le diera por ahí. ¿Qué iba a ser si no? Para más información, se puede consultar en Internet el último vídeo electoral del Partido Popular, en el que una voz nos dice que “Esta es nuestra revolución. Una revolución sin ruidos, sin grandes pancartas, pero que aspira a cambiarlo todo, para que lo que de verdad importa a la gente, nunca cambie. Una revolución cuya lucha se libra cada día en cada oficina, cada almacén, cada tienda, cada casa. Esta es la revolución del sentido común, realista y seria, pero también profundamente optimista. Una revolución en la que cada día ponemos toda nuestra experiencia, ilusión y trabajo para que todos sigamos creciendo”. Ahí es nada. Mientras escuchamos, van apareciendo unos subtítulos: “504.200 empleos más que hace un año”, “Las pensiones han subido un 9% desde 2011” y “La reducción de la administración ha ahorrado 20.352 millones de euros”. Alegría, alegría. La revolución del sentido común ya es el verbo hecho carne.

¿Para qué querríamos una revolución distinta? ¿Para qué los “ruidos”, las “grandes pancartas” que aspiran a “cambiarlo todo”? No se preocupen: gracias a la nueva Ley de seguridad ciudadana del PP, ya no son posibles en la España de hoy. Después de convertir el derecho de manifestación en una caricatura de sí mismo, ¿quién va a salir a la calle a proferir “ruidos” ni levantar “grandes pancartas”, si las multas superan el salario mínimo interprofesional y la posible arbitrariedad se ha convertido en ley, en contra de la más mínima decencia jurídica y, por supuesto, constitucional? Para qué una revolución. Para qué. Para qué “cambiarlo todo”, como decía Tancredi, el sobrino del príncipe Salina en El gatopardo, si luego todo va a seguir igual. Esto es lo que deben de pensar los guionistas de este sonrosado vídeo electoral: si hasta ahora hemos expoliado los recursos públicos del país, todo se ha descubierto, las sospechas se han vuelto evidencias y nos sigue yendo bien, para qué cambiar. Sigamos en lo mismo.

Este es el verdadero “sentido común”: porque toda partida de cuatreros aspira a conservar su parte del botín. “Que España sea el país que más va a crecer en toda la UE y vaya a crear 600.000 puestos de trabajo sólo tiene una explicación, que España es una gran nación y los españoles muy españoles y mucho españoles”, dijo ayer Rajoy. Más allá de su habitual impericia retórica, sería interesante calcular qué pesa más, si la vana egolatría o la impudicia de la falsedad. ¿Qué tipo de empleos? Ya hace un par de días, en Pamplona, se preguntaba en alta voz: “¿Quién habla hoy en España de recesión y de paro?”. Pues, para empezar, el 80,3% de los encuestados en el último barómetro del CIS. Y me parece que los 4.333.016 parados que sigue habiendo en España también continúan hablando de paro, señor presidente. Pero abandonemos toda esta nube de aparente bobería: semejante engañifa, ¿a quién, con cierto sentido común, convencerá?

Hagamos, de verdad, la revolución del sentido común. La que no amordaza a los ciudadanos, convirtiéndolos en delincuentes, por salir a la calle a protestar y defender sus derechos. La que no denigra la Educación ni la Sanidad Pública. La que no criminaliza a los actores, y por ende a toda la industria cultural del espectáculo, con un disparatado IVA del 21%. La que no defiende una reforma laboral que nos convierte en sujetos de derribo, sin apenas garantías jurídicas. La que no carga contra los pequeños ahorradores, ni contra los autónomos, ni los emprendedores, con unas condiciones leoninas para abrir un negocio. La que no se financia ilegalmente, traficando con los intereses generales para ganar, favoreciendo sus contratas de obra pública o privada, con sobresueldos indignantes, y en muchos casos ilegales. La que no saquea nuestro país.

Este es el cambio: el que busca decapitar la corrupción, recuperar la decencia. Una revolución que comenzó el 15-M, hace cuatro años, y que continuará este fin de semana, con la ciudadanía tatuada en la piel de las voces, con su fuego encendido. Vota.

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