Los Candidatos Republicanos

28/07/2015

Antonio de Oyarzabal.

Aún faltan meses para que comiencen a vislumbrarse quienes finalmente encarnen las candidaturas de los dos grandes partidos en las elecciones a la Casa Blanca de noviembre del año próximo. Muchos intereses y feudos internos habrán de dilucidarse en el seno de las respectivas Convenciones antes de que republicanos y demócratas se decidan por esta o aquella figura que asuma sus esperanzas en la liza. Y solo entonces, cuando estén alineados los contendientes definitivos, será realista analizar las posibilidades de uno y de otro, seguir con atención una campaña siempre apasionada y capaz históricamente de giros de última hora y sorpresas de resultados imprevistos.¡Todavía colea en muchas memorias aquella fotografía de un Harry Truman gozosamente blandiendo en su mano la edición de madrugada del «Chicago Daily Telegraph» que proclamaba vencedor de las elecciones presidenciales de 1948 al derrotado candidato republicano Tom Dewey !

Son batallas dialécticas, campañas feroces en las que no siempre las armas empleadas, los argumentos esgrimidos son paradigmas de ética y juego limpio. Más veces de lo que sería de desear en estos procesos norteamericanos, la simple denuncia sin fundamento, el programa publicitario cargado de insidias abunda y produce su efecto destructivo en la fama o buen nombre de alguno de los contendientes.

No faltan en el entramado político de los dos partidos notables personalidades bien dotadas y preparadas para esta lucha denodada que decidirá el curso de los acontecimientos mundiales durante los siguientes cuatro años al menos.

Para los demócratas las perspectivas no pintan mal. Heredan un legado Obama bastante rico en logros económicos, en decisiones en el panorama internacional que solventan «asignaturas pendientes» desde décadas, en un prestigio creciente del país en nada comparable a la situación que heredó. Y sobre todo tienen candidato, mejor dicho candidata de gran popularidad, de experiencia y de una oratoria electrificante. Una Mrs. Hillary Rodham Clinton, Primera Dama de mis años de Embajador en Washigton, a la que tuve ocasión de admirar en bastantes actos en los que su protagonismo eclipsaba hasta el de su propio marido.

En el bando republicano el panorama no está tan claro. Surgen cada semana nuevos nombres, no del todo desconocidos pero con credenciales muchas veces más voluntaristas que convincentes. Cada uno hace alarde de una supuesta base de popularidad por razón de su origen étnico,de su actual cargo o de un pasado de ejecutoria destacada. Pero pocos suman más de uno de estos argumentos, lejos de un reconocimiento amplio, extensivo tanto geográficamente a todo el país como a estratos sociales o políticos diversos. De momento solo cabe esperar a que la niebla se disipe, algunos de estos aspirantes bajen de su nube particular y renuncien a seguir en la lid, y las reacciones en los círculos de los partidos ponga a los demás, a cada uno en su sitio.

Sin embargo, al Partido Republicano parece además perseguirle desde hace tiempo una especie de maldición añadida. Cuando al fin deciden en un candidato de peso – un Senador Dole, un ilustre veterano como McCain…- ,surgen por su flanco derecho voces o pretendientes de matiz populista que logran atraer un sinnúmero de seguidores que acaban condenando al fracaso lo que parecía toda una alternativa viable y atractiva. Por solo recordar casos recientes, allá quedan los nombres de un Perot o de una Sarah Pallin y su Partido del Té, cuya mayor gloria consistió precisamente en impedir una victoria electoral de quien indudablemente constituía una baza prometedora.

En esta ocasión el papel de aguafiestas parece que le ha tocado a un muy rico promotor
inmobiliario, dotado de una verborrea sin inhibiciones que ya ha sabido ofender a múltiples sectores de votantes en potencia. Lo malo de este personaje llamado Donald Trump es que su candidatura mantiene por ahora un primer puesto en la carrera por la nominación republicana. Pero aún queda mucho trecho por delante.

 

 

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