Mueren 32, 33, 34 mujeres

20/08/2015

Joaquín Pérez Azaústre.

Mueren 32, 33, 34 mujeres. El verano se incendia con las cifras cambiantes, con su aroma esculpido entre golpes de arena coagulada y desnuda. No parece que haya ninguna solución entre las medidas actuales, como si todas las campañas, las arengas, los rezos y los ritos sólo nos condujeran a una repetición de la estadística. Cansa y desespera seguir escribiendo el mismo artículo sobre toda esta hornada de crímenes horrendos, nauseabundos, reanimados estos años en el mismo escenario ocupado, con su charco extendido sobre la geografía de un país anegado por líquenes amargos.

Siguen muriendo mujeres. Da igual que se cambie el Código penal, da igual que aparezcan anuncios cada vez más punzantes y directos, da igual que se rueden películas con su estricta dureza, no importa que ya nadie, o casi nadie, nos arañe los tímpanos en la barra del bar contándonos los viejos chistes machistas que ensucian el sonido de la caña despierta. Todo esto da igual. En España, como en otros países, siguen muriendo mujeres en un terror doméstico y cercano, al otro lado de la pared en la que escribo estas líneas, al otro lado del muro de la habitación en la que tú las lees, un hombre está pegando ahora mismo a una mujer: ya la arrojado al suelo y la patea, ella se encoge sobre su propia orina mojándole el cortísimo camisón veraniego, él le golpea ahora con la palma extendida sobre la coronilla, en la que ya aparecen los indicios de canas sobre el revuelto cuello cabelludo; y la mira con superioridad, sin deseo y con fiebre, qué asco de vida, me das pena, eres como tu madre, llora, grita, todas esas cosas que quizá hemos oído, que se convierten en mazos atravesando el aire embalsamado de los pisos sangrientos, antes de que el temblor final le lleve hasta el cuchillo y su corte en la carne.

Mueren 32, 33, 34 mujeres, y escribir todo esto es asqueroso. Pero lo es mucho más comprobar que 2014 acabó con 51 mujeres asesinadas, y que tenemos suficientes meses por delante para incrementar la estadística. Siguen doliéndome al oído los eufemismos comunes, asépticos, culpables: violencia de género, violencia machista. Nada de eso, dejemos esta mierda de una vez. Hablamos de terrorismo contra las mujeres. Hablamos de un abuso de poder que nos denigra a todos los hombres, aunque no seamos maltratadores, por vivir en la misma edad que ellos. Hablamos de un dolor anterior a la vida, a su recto linaje, a todo ese temblor del nacimiento y de la concepción. Sucede que me canso de ser hombre, escribe Pablo Neruda. Sucede que nosotros nos cansamos de asistir a esta horrible cacería, a esta Ciudad Juárez instalada en el foso del salón. Sucede que me canso, sucede que me asqueo, sucede que al final todo hombre honrado también sudará sangre, también será un sudario del derecho encendido, hasta que la justicia se convierta en nuestra educación.

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