El regreso de Ismael Peña

27/04/2016

Joaquín Pérez Azaústre.

 

Es el trovador en el sentido natural del asombro, de una narración ancha de luz sobre el peldaño lento de los días, bajo su piel de invierno mineral. La música de Ismael Peña me llegó, igual que tantas cosas hermosas de la vida, a través del entusiasmo de Rodolfo Serrano. Su música es la voz de momentos felices, de tardes invisibles con aroma de leña en el viejo Alatriste, con un blasón dormido en un tiempo cansado de haber permanecido en las palabras que se han ido extinguiendo entre el recuerdo de las horas lejanas, con los adoquines levantados entre el salitre en la arena, salpicando París.

Porque Ismael Peña, mucho antes de formar La banda del Mirlitón, se quedó en Niza y vivió cantando por los bares parisinos, y sintió el mundo caer y renacer de nuevo en ese mayo del 68 que él vivió y cantó sobre una guitarra de contrastes y vida, con la que grabaría Canciones del Pueblo, canciones del Rey, que fue Gran Premio del Disco en Francia. Entonces, cuando en España se hablaba de la canción ligera y la canción de autor, con su brazo combado de poesía y su fuerza interior, no había nacido aún, Ismael, Ismael Peña, comenzó a cantar y a elaborar su propio cancionero de recuperaciones y obra propia, musicalizando poemas que son fiebre de luz en los labios despiertos de un azul conquistado, como escribiría José Luis Rey. En ese tiempo interior, con su fractura, cuando la Transición no podía ni siquiera soñarse y Pablo Guerrero comenzaba a sentir que antes o después tenía que llover, Salvador de Madariaga, que era la tercera persona de la España que nunca pudo ser, afirmó que “En Ismael, lo oído hace desear lo no oído; en él admiro su Arte de raíz popular y flor culta”. Raíz popular y flor culta. Luego, Salvador Dalí: “Ismael es el cantante místico verbal más elevado de la Tierra”. Y Francisco Umbral, cuando su estilo era el canon de lo que se narraba: “Ismael es el nuevo juglar de la poesía española. Es un esteticista y un hombre que ha conseguido, por fin, cantar la poesía con temor y temblor”. Con temor y temblor. Y cantar la poesía. Por eso hoy, cuando otra generación de cantautores poetas como Ismael Serrano, Diego Ojeda o Marwan llenan los escenarios con sus versos cantados, haciendo una vivencia de la imagen, viene bien recordar el origen del cuento, el hilo del relato, que ha sido Ismael; pero también su nueva y vieja plenitud de hombre total, de músico y poeta, de artista con neones de luz viva en esa geografía no siempre justa con su marea de tiempo.

Ayer por la noche, en el Libertad, Rodolfo Serrano consiguió que Ismael Peña volviera a llenar una sala de conciertos en Madrid, después de un silencio de años consagrado a su museo de instrumentos musicales medievales, a su colección de arte y al mimo delicado de su voz interior, la que la noche del 26 brilló otra vez desde la cueva viva de su vientre, con su diafragma henchido en una nueva atmósfera de poetas cantantes que han reconocido a Ismael Peña como referente. Cómo no recordar ese erizamiento que es siempre escuchar Kenia, como una luz de gas que nos arrastra al corazón del dolor, esa emoción fúlgida en las manos que asisten a la mutilación de una especie, o el vibrante Creemos el hombre nuevo (de España), con el poema de Alberti, que habría que escuchar y cantar cada día; o la delicadeza de Pedro Salinas en Si me llamaras, tú, si me llamaras, que es el amor de vida, y el chotis colosal que representa A solas soy alguien, de Gabriel Celaya e Ismael, porque en la calle nadie vale lo que vale.

Poesía de una vida, en fin. Música del tiempo. Es maravilloso que haya vuelto para tocar en el Libertad, donde los nuevos juglares se siguen batiendo el cobre de la vida y del poema, la melodía de voces y de ritmos al encuentro del fuego, en una experiencia del espíritu. Hay que seguir escuchando los discos de Ismael, recogidos por Rama Lama Music. Hay que seguir asistiendo a esa introspección desde lo popular, para descubrir con asombro que, como dijo Gloria Fuertes, Ismael pone al mejor poema el último verso con su música. Escuchar a Ismael, escuchar a Ismael, celebrar esa lumbre futura y necesaria, con la felicidad de una poesía que nos convierte en hombres.

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