La final de las esteladas

23/05/2016

Josep M. Orta.

El fútbol –y el deporte en general- es una fiesta politizada desde siempre. Hay equipos republicanos en sus señas de identidad y otros hasta lucen su sensibilidad monárquica en el escudo. Hay clubs que durante el franquismo asumieron el papel de oposición al régimen y algunos se convirtieron en sus acérrimos defensores. El Athletic  lo ponían de ejemplo al señalar que todos sus jugadores eran españoles, obviaban que concretamente sus deportistas tenían que ser vascos. El Barça se convirtió en el estandarte del nacionalismo mientras el Real Madrid era sinónimo del equipo del régimen. El Sevilla se identificaba con  el equipo de los señoritos mientras Betis representaba las clases populares.

Los que abogan que hay que separar el deporte de la política son los primeros en politizar a su favor los éxitos deportivos, como ejemplo la utilización que se hizo de “la roja” en tiempos de éxito, o de Manolo Santana o Paco Fernández Ochoa  o del gol de Marcelino cuando estaba en la élite, por no hablar de lo que se mueve en el palco del Real Madrid.

El deporte también fue un útil instrumento de los gobernantes de turno para permitir que muchos se desahogaran en los estadios y que después fueran ciudadanos ejemplares una vez habían descargado su adrenalina y se olvidaran de otras reivindicaciones.

Pero a veces esta es un arma de doble filo y determinadas actuaciones gubernativas se les escapan de las manos. Ya se sabe que en una final de la Copa del Rey en la que participe el Barça es casi de protocolo silbar al Rey y al himno nacional. Será una falta de respeto pero no van a tener a todo el campo amordazado. Esta forma de protesta se iba perdiendo al mismo ritmo que en el Nou Camp –en el minuto 17,14- los gritos de independencia van decreciendo. La final del domingo no había consignas –como sí había ocurrido en otras ocasiones- de realizar protestas de este tipo, ni siquiera las organizaciones independentistas reclamaron a la afición blaugrana acudir con la bandera estelada. Quizás por cansancio las aguas paulatinamente volvían a su cauce. Tanto es así que el Barça había puesto en las localidades de sus seguidores una bandera con los colores azulgrana y la bandera catalana (sin la estrella)… Hasta que la delegada del Gobierno se inventó un problema donde no lo había y, evidentemente su actuación sirvió de efecto llamada. Además propició que las enfrentadas formaciones independentistas que pululan por Catalunya se reconciliaran e hicieran otra vez frente común  y, de paso, les ponían un balón de oro para relanzar sus planteamientos.

La falta de visión política de la delegada gubernamental no lo arreglaron los tribunales. El volumen de los altavoces no impidieron los silbidos al himno nacional y el interés de las cámaras de televisión de ocultar las banderas esteladas no implicaba que no ondearan masivamente en las gradas destinadas al público catalán.

La delegada olvidó la máxima que la mejor manera de solucionar un problema es no crearlo.

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