Los rasgos de los candidatos

06/06/2016

Luis Díez.

A estas alturas de su carrera política, ningún candidato a la presidencia de gobierno responde a la etimología latina de la palabra, pues ninguno es cándido ni está en blanco. Mariano Rajoy, el más veterano, cumplirá el 22 de junio treinta años, media vida, como diputado. Y los del PSOE, Unidos Podemos y Ciudadanos, son ampliamente conocidos de palabra, aunque no de obra gubernamental. Puesto que los cuatro se disponen a protagonizar un debate que, por el formato, más bien será una sucesión de monólogos bien intencionados sobre lo que las parroquias respectivas quieren oír, vale subrayar algunos rasgos del carácter y la circunstancia de cada cual.

El del PP, Rajoy, dueño y señor del plasma, posee una veteranía que para sí quisieran los demás. Ha sido ministro de Administraciones Públicas, Educación, Interior, Presidencia, Vicepresidente del Gobierno, Portavoz del Ejecutivo, jefe de la oposición, presidente del Gobierno. Quizá por eso mismo roza el tedio y transmite unas señales de aburrimiento poco convenientes ante la cita electoral del 26J. Sus palabras y sus hechos se contradicen (bajar impuestos en campaña y subirlos en el gobierno), su firmeza con los débiles se vuelve debilidad nicomédica con los fuertes (carta al presidente de la Comisión Europea comprometiendo más recortes sociales), su interés es más deportivo que científico, artístico y literario (lee el Marca y es capaz de repetir la alineación del Alavés de hace 40 años, pero no el título de la novela de Eduardo Mendoza que acaba de leer).

Gran productor de insultos al adversario (el escritor Juan José Millás llegó a enumerar 36 a José Luis Rodríguez Zapatero), el mismo Rajoy que llamó “traidor a los muertos” asesinados por ETA a su antecesor, se irritó sobremanera cuando el del PSOE recordó su comportamiento en los casos Gurtel y Bárcenas de corrupción del PP y le dijo que “no es un presidente honrado ni decente” y que tenía que haber dimitido hace dos años. Frente a la ironía gallega que exhibió años atrás, un correligionario gallego que le conoce desde hace mucho tiempo advirtió a los periodistas que tuvieran cuidado, pues detrás de la máscara habitaba un hombre colérico y rencoroso.

Del socialista Pedro Sánchez Pérez-Castejón destaca su afán de cercanía y una capacidad de trabajo que algunos compañeros con poltrona consideran insultante. Salvando las distancias, su dinamismo recuerda los mejores años de Alfonso Guerra, cuando ante el titular de un periódico: “Guerra en Afganistán”, un militante decía: “¡Ojú, ese tío está en todas partes”. Sin grandes reflejos dialécticos en los debates, Sánchez, miembro de una familia de clase media trabajadora, se atiene a un guión muy preciso, con cuatro o cinco ideas, y se esfuerza en transmitir seriedad y firmeza. Tanta firmeza, que hasta sus compañeros temen que no dimita y se enroque en la secretaría general si los resultados son adversos. En la Feria del Libro de Madrid se compró “La noche a través del espejo”, del escritor de Cincinnati Fredric Brown, un extraño juego sin fin en el que, como hiciera Lewis Carroll en “Alicia a través del espejo”, nada es lo que parece. Llama la atención que Sánchez eligiera, entre otros, el libro de un autor de sorprendentes finales inesperados.

Pablo Iglesias aparece en el último libro de Felipe Alcaraz, “Eclipse rojo”, con el nombre de Play. “¿Por qué lo llamo Play?”, se pregunta en boca de otro personaje. “No lo sé, pero no es bueno. Pablo debe olvidar, sepultar cuanto antes su etapa en las juventudes comunistas, que le ha dejado un sustrato especial, muy difícil de borrar: el viejo y neutralizante amor por la derrota”. Casto, el personaje de Alcaraz que desvela el nombre de guerra del joven camarada, le aconseja que se corte la coleta (“La coleta no”, saltó como un fleje), que no vuelva a utilizar camisas de cuadros con cuellos como pájaros estrellados (“¿Es que hay otras?”), que se quite el piercing y no vuelva a utilizar esos “pantalones cantinfleros”. “Desde ahora siempre será así, estés en un mitin o tomando una cerveza en Argumosa; desde ahora el ojo que te mira es siempre el mismo: el ojo de la cámara”. Y vaya si lo ha aprendido, hasta el punto de convertirse en un líder de plató de televisión al que, por si fuera poco, el productor Roures ha financiado un documental (800 horas de filmación), lo que, salvando las distancias, enlaza con la tradición histórica del caudillismo, lo cual no quiere decir que León de Aranoa, el director del filme se parezca a la Leni Riefenstahl de aquellos desdichados tiempos. “Ganar es la idea, ganar para la gente, no solo para la izquierda; con una sopa de letras no se pasa del 15%”, decía hace dos años.

El cuarto candidato y presidente de Ciudadanos, Carlos Alberto Rivera Díaz (Albert Rivera), hijo de un trabajador catalán y una emigrante malagueña, está acostumbrado a ganar o, por lo menos, a flotar. Con 16 años ganó el campeonato de natación de Cataluña en la modalidad de braza. Luego volvió a ganar y se pasó a waterpolo. Cuando estudiaba Derecho en la Universidad Ramon Llull comenzó a intersarse por la política y participó en una liga de debates por toda España. “Se proclamó campeón en la Universidad de Salamanca y ciertamente, él y su compañero, fueron los mejores por su oratoria y brillantez”, recuerda Jorge Santiago Barnes, actual decano de la Facultad de Comunicación de la Universidad Camilo José Cela (UCJC), que moderó aquel debate en el año 2000. El dirigente de la formación naranja, de centro liberal, busca su enlace en el imaginario colectivo con la figura de Adolfo Suárez, cuyo talento, talante y habilidad hizo posible el pacto de la Transición. Ahora tendrán que pactar para gobernar y por él no quedará.

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