Feria del Libro

11/06/2016

Joaquín Pérez Azaústre.

La Feria del Libro nos devuelve una identidad perdida en los andenes de los días sin márgenes, con la alergia en el polen despierto de los ojos ante la sorpresa de vivir. Es hermoso volver al Retiro y encontrar otra vez esas mismas casetas, las editoriales que se vuelcan sobre una multitud que pasa y mira, pero también se para y se demora en ocasiones para ver si detecta, entre los autores y los títulos, entre la sucesión de rostros y de nombres, expectantes desde el interior de la pecera que es una vigilancia del paseo, su íntimo fulgor de identidad, ese resto de brillo solapado que te identifica con un título, con su argumento y con su ensoñación, con la seducción de una portada y la caricia nítida del tacto, porque cada uno de nosotros guarda en su interior un relato propio que puede ser nombrado, y hasta desarrollado por los otros; y ese instante de encuentro es la plenitud del libro, que surge y se incorpora al rito de nuestra biografía: es nuestro paso.

Todo esto sucede en el Retiro, esto y más cosas. Regresar una vez más a la Feria es recordar que los libros son nuestra biografía, que podemos ir catalogando toda nuestra vivencia en virtud de los autores que nos acompañaron, de todos los retratos nebulosos de nombres y de rostros, los vivos y los muertos, que nos han regalado su océano de palabras, esa inmensidad líquida y cierta, pero también por eso densa y maleable, adaptable al espíritu de un cuerpo, en el que nos hemos zambullido para nadar sin prisa o con premura, con cántico o dolor, hacia otra parte, hacia nuevas regiones de nosotros mismos, que ya no morirán. Somos ese momento, la intensa luz nocturna de unos párrafos bajo un ritmo de música, somos esa palabra descubierta de los poetas malditos franceses o de los narradores rusos, somos el diecinueve en la novela y el vanguardismo disparatado entre las guerras que rompieron la nuca de dos generaciones.

También somos la Feria. Somos los amigos que aparecen una mala tarde, cuando pasa la gente delante de nosotros sin mirarnos, y de pronto aparece alguien que reconoces, que ha formado y forma parte de tu vida, con un libro en la mano. Escribir es un oficio y una vocación de solitarios, y por eso también estar ahí, en esa exposición, un poco de acuario pero sin agua en la que nadar y con calor, a pesar de las botellas que te traen o la cerveza fría del final, tiene algo de tortura íntima, y también de rotura, de la propia escritura del espíritu. Pero en fin, te convences de que sólo es una vez al año, vas con resignación, y rara es la ocasión en que no vuelves con alguna sorpresa en la retina.

Escribimos y vivimos, y estar en la Feria del Libro de Madrid es también otra forma de brindar con los amigos, de superar la fiebre, de escribir y vivir.

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