La España que viene

21/06/2016

Enrique Armendáriz.

 

Ignoramos cuál será la composición que salga de las urnas de cara a formar un nuevo Gobierno en España, aunque tenemos muy claro que lo deseable es que se tratase de una formación fuerte, capaz de llevar adelante la reformas que necesita España para consolidar el crecimiento y asegurar una etapa la larga de empleo y de prosperidad. Lo contrario, la indefinición política, la incapacidad para fraguar gobierno, la interinidad y el ambiente prolongado de elecciones en el que llevamos sumidos casi dos años, ya sabemos a dónde nos  lleva: a una relajación de la agenda reformista, por no hablar de completa inacción, y a una laxitud en el control del gasto, que nos ha conducido a incumplir con nuestros socios comunitarios y a ofrecer dudas a los mercados financieros. De los que dependemos, no lo olvidemos.

Mientras todo esto ocurre, para pasmo de muchos ciudadanos con una actitud mucho más práctica y resolutiva, se están perpetrando otros significativos cambios en la sociedad española. Y estos sí,  son los que nos hacen confiar en que otra España, más consciente de los retos que tenemos por delante, se está fraguando. Hace uno días, coincidían en el tiempo la presentación de la última encuesta de población activa y la publicación de una interesante encuesta sobre el perfil emprendedor de nuestros jóvenes universitarios. La reacción a los datos de empleo de los sindicatos sonaba en la radio a letanía: “trabajo de baja calidad”, “contratos a tiempo parcial”, “bajos salarios”, etc. En cambio, ni una sola propuesta acerca de cómo crear empleos de calidad y bien remunerados y, por supuesto, ninguna iniciativa ni asunción del riesgo para crearlos, como hacen los empresarios.

Prácticamente de forma yuxtapuesta, se iban desgranando también  los resultados de  la mencionada encuesta, que revela que actualmente los jóvenes universitarios españoles, nativos digitales y con una crisis económica mundial vivida en plena adolescencia, tienen más espíritu emprendedor que ganas de ser funcionarios. Si hace cinco años el 70% se decantaba favorablemente por esta opción, ese porcentaje se reduce ahora al 25%, y casi un 27% piensa crear su propia empresa en los próximos años.

Efectivamente, algo está cambiando en nuestra sociedad. Ahora mismo, si no en los míticos garajes de Palo Alto, California, en muchos pisos de Madrid y de otras tantas ciudades españolas, jóvenes universitarios, con sus títulos de ingeniería, empresariales, marketing, comunicación o informática, están forjando un futuro empresarial nuevo basado en la utilización de las nuevas tecnologías, que abren un horizonte de servicios y de prestaciones que la mayoría de los ciudadanos no somos capaces aún de imaginar. A este respecto, resulta revelador que el sector de estas empresas de base tecnológica crezca anualmente a un ritmo superior al 25% anual y que aglutine ya a cerca de 3.000 compañías solo en España. A título de curiosidad, hace pocas semanas se constituía en Madrid la asociación española de empresas fintech, y su base social ascendía nada menos que a 70 entidades, con otras 60 en lista de espera.

A pesar del medio ambiente político, económico y regulatorio dominante, no demasiado comprensivo con las personas inconformistas y que quieren ser dueñas de su propio destino, estos jóvenes están tratando de cambiar el mundo. Su mundo en particular, en la medida en que el éxito les venga a ver con sus propuestas empresariales, y el mundo en general, con iniciativas de servicios disruptivos que, a diferencia del boom tecnológico del 2000, sí que conectan con la economía real y con las auténticas necesidades de las personas.

Estos jóvenes no están esperando a que alguien cree esos puestos de trabajo de supuesta “calidad” y “bien remunerados”, simplemente se han lanzado a dar lo mejor de sí mismos, arriesgando su propio dinero, y lo que suele ser más normal, el de sus familiares y amigos, para solucionar sus propias vidas al tiempo que mejoran la  de muchas personas. Saben que la clave de los negocios  es competir en mercados abiertos con propuestas más eficientes y eficaces que los de la competencia, e intentar ser cada día mejores y más rápidos, pero sobre todo campeones en ilusión.

En España se está abriendo una brecha. La de los que creen que nada ha cambiado y continúan esperando que las soluciones vengan del cielo, o del Gobierno, y la de los que consideran que son ellos mismos los primeros que tienen  que dar solución a sus problemas. Y la clave que marca la diferencia es la formación. Ese nuevo mundo, basado en nuevas tecnologías, que apenas si somos capaces aún de vislumbrar, está capitaneado por jóvenes bien preparados e inquietos, la mayor parte de ellos formados en disciplinas tradicionales, concebidas para trabajos tradicionales y bien remunerados (en el siglo XIX y buena parte del XX), pero que hoy ya no existen. De la combinación de esos dos mundos, una formación clásica y  la versatilidad tecnológica, están naciendo modelos de negocio que sorprenden y aportan soluciones. Esta es la España que viene y que no sabemos aún si se afianzará o malogrará por la incomprensión, la inmovilidad o involución gubernamentales.

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