La otra cara de la moneda

27/06/2016

Teodoro Millán.

«El régimen que se ha establecido para rescatar una unión monetaria excesiva y mal diseñada esta de hecho poniendo en peligro los logros del auto gobierno democrático en Europa» (Fritz W. Scharpf. No Exit from the Euro Rescuing Trap? Emeritus Director at the Max Planck Institute for the Study of Societies in Cologne. 2014).

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Cuando la realidad contradice nuestra racionalidad, lo que toca revisar es nuestra racionalidad. Y cuando la realidad contradice los programas políticos, lo que toca es dimitir. A pesar de todas las voces que se rasgan hoy las vestiduras por el maravilloso proyecto que Inglaterra ha abandonado, la realidad es que ese proyecto lleva años poniendo de manifiesto problemas estructurales que debieran haberse resuelto antes de acometer niveles crecientes de cesión de soberanía, sin tan siquiera tener un plan de contingencias para poder echar marcha atrás si fuese necesario, como lo es ahora. Por eso, quienes han sido responsables de la integración política comunitaria, y en particular de la integración en el euro, tienen una responsabilidad que desautoriza su crítica de la
decisión inglesa. Es más, parece necesario acometer por fin el juicio crítico que no se
cumplimento en el origen de la integración, a pesar de las voces, en particular académicas, que advirtieron sobre las deficiencias del sistema. Un sistema que funcionó bien sólo en periodos de abundancia y que ha obligado a continuas improvisaciones ante las diversas crisis de los últimos años.

Junto a la dimisión de Cameron echo entonces en falta la de Juncker, aunque sólo sea por haber presidido la Comisión ante la pérdida de un miembro tan relevante de la UE y el cuestionamiento que ello implica del proyecto. Y porque lo ocurrido verbaliza las reservas que muchos votantes comunitarios guardan sobre la historia reciente del funcionamiento de las instituciones, sobre las políticas seguidas y sobre su futuro inmediato. La única parte buena del abandono inglés puede ser entonces la visibilidad que otorga a esta postura critica y la obligación que impone de tomar nota y dar respuesta a las inquietudes existentes. La postura improductiva, y por tanto irresponsable, es limitarse a criticar la decisión inglesa y escandalizarse con ella; la reflexión oportuna proviene más del análisis reflexivo sobre qué se ha hecho mal en la Comunidad para llegar a este punto y proceder a corregirlo.

Por otro lado, el Brexit nos obliga a recordar que el coste económico no es relevante cuando se trata de la soberanía nacional (algo de lo que debiéramos aprender en este país). Los países van a la guerra por preservar su soberanía. Y de la independencia soberana de un país se siguen opciones de actuación política y económica que se pierden con ella. De hecho, una Inglaterra dentro de la Unión y fuera del euro era una anomalía insostenible a medio plazo. Y dado que una Inglaterra dentro del euro resulta impensable, en particular tras haber capeado la crisis económica mucho mejor que la mayoría de miembros de la UE gracias a su independencia, su permanencia en la UE resultaba más utópica que realista.

Asimismo, el Brexit confirma que hay muchas deficiencias en el funcionamiento comunitario. Las hemos sufrido durante la crisis económica de los últimos años y las constatamos de nuevo al plantear la salida de un miembro, que obliga a la improvisación por falta de previsión y de alineación de intereses nacionales. Buena parte de estos problemas parten de la ausencia de una integración fiscal que ha de acompañar a la integración monetaria. Y como resultado, Inglaterra puede acabar en el mejor de los mundos; con un acuerdo privilegiado de asociación y preservando su total independencia de las decisiones que adopte un conjunto de países con una problemática y carácter dispar y distante. (Téngase en cuenta el peso mayoritario que la cuenca mediterránea posee tanto en población como en PIB en el conjunto de la UE).

Por último, el Brexit pone sobre la mesa de forma definitiva que la unión política, económica y monetaria alcanzada ha dejado el proyecto en tierra de nadie. El federalismo norteamericano funciona porque el nivel de integración en los tres frentes es mucho mayor que el alcanzado en Europa. Los problemas de integración fiscal sufridos durante la gran crisis financiera corroboran lo que muchas voces autorizadas habían anticipado. Pero además, la problemática política planteada por la crisis de los refugiados ha exacerbado las discrepancias en otros frentes. En ambos casos, el hecho de que Inglaterra no forme parte de Schengen ni del euro le ha permitido acometer actuaciones asimétricas que, a la vez, ponían de manifiesto y enfatizaban dicha asimetría. Hay una gran diferencia entre participar voluntariamente en proyectos comunes consensuados o ceder la decisión final a terceros abdicando de la propia soberanía en temas del máximo calado político.

La salida de Inglaterra se puede leer en muchas claves, una de ellas, como anticipación sobre el futuro esperado a medio plazo del proyecto comunitario. Será interesante ver cómo se posicionan nuestros políticos ante esta situación a la vez que se evalúa cuál ha sido el balance de nuestra permanencia como miembro en la UE y cuáles sean las expectativas de futuro.

Sorprendentemente, este tema, de enorme importancia para España, no ha ocupado ningún espacio significativo en la reciente campaña política, donde el mensaje ha consistido, por defecto y como es habitual, en el seguidismo acompañado de un cierto rebufo de agradecimiento por haber sido admitidos a un club al que no sabemos muy bien qué aportar.

Es difícil oponerse a las bondades de un proyecto de unión e integración entre los países
europeos por el que todos sentimos afinidad. Pero ello no obsta para reconocer que alcanzarlo no sólo depende del voluntarismo que se le quiera poner. Hay muchas dificultades en diseñar un mecanismo que funcione adecuadamente y más en lograr armonizar intereses nacionales. Un principio de responsabilidad política reclamaría entonces, que los pasos que se acometan en la integración político-económica soporten el mismo nivel de exigencia a que los test de stress de la nueva práctica bancaria nos tiene acostumbrados. La historia reciente demuestra que la situación comunitaria actual dista mucho de estar homologada en ese sentido. El milenarismo que acompaña a la construcción del Titanic europeo es preocupante, pero esperemos que la nueva situación creada sirva para tomar conciencia y actuar en consecuencia. Y a no perder de vista; si
la salida de Gran Bretaña se denomina Brexit y la de Grecia Grexit, una hipotética salida de España tendría que denominarse Exit.

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