El comunista que coronó al conservador

27/06/2016

Carmela Díaz.

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El devenir de la noche electoral los despertó abruptamente de la ensoñación a la que se habían entregado con fervor. La escenografía granhermanesca, el dominio del debate y la telegenia, el minucioso control de las redes, el abuso de las palabras grandilocuentes, el postureo, populismo, demagogia y vaguedades quedaron relegados frente a la urgencia de una estabilidad institucional y la angustia ciudadana por un futuro incierto. Se consumó un baño de realidad -y de humildad- para ese universo morado edificado sobre el hartazgo popular. Para la legión de desencantados que los aupó como semidioses contemporáneos, Podemos es la panacea por su desprecio al endogámico establishment. Para el resto, los podemitas son unos irresponsables que veneran con infantil afecto un mundo irreal.

El voto de la España moderada ha prevalecido sobre los cantos de sirena de los que prometían conquistar el universo, alcanzar las estrellas y regalar la luna sin saber explicar cómo iban a financiarlo. A esa pérdida de un millón y pico de votos en seis meses ha contribuido una errónea estrategia: acosar a los que no piensan como ellos, insultar a quienes no comulgan con el dogma ultra progre, establecer líneas rojas, predicar soluciones económicas inviables, confundir comunismo con socialdemocracia, intentar adelantar al PSOE provocando la repetición de comicios o priorizar la cantinela de las plurinacionalidades. Todo ello unido a la desmesurada soberbia de sus líderes, el hostigamiento a la labor de los medios, la polémica permanente en sus consistorios, las extravagancias de sus tribus, el coqueteo con los separatismos y su tibieza con ciertos regímenes autoritarios y radicales, los ha disfrazado de opción antipática ante la opinión pública. Y hasta peligrosa. Pablo Iglesias y sus camaradas deberían reflexionar: para frenarlos a ellos la ciudadanía ha elegido a un partido corrupto hasta el tuétano. Y en vez de arrollar al PSOE han logrado movilizar como nunca a los votantes populares.

Se acabaron los maquiavélicos juegos de tronos y las confabulaciones palaciegas. Los españoles que acudieron a las urnas se han pronunciado con claridad: lo que desean (al igual que hace seis meses) es un gobierno sin mayorías absolutas donde los partidos constitucionalistas dialoguen, flexibilicen posturas, cedan y colaboren para consolidar la recuperación y la regeneración democrática. Más de 50 escaños de diferencia sobre la segunda opción legitiman para formar gobierno y para exigir que la investidura sea rápida, sin contratiempos, zancadillas estériles ni egolatrías pueriles. Y sin que ningún cantamañanas interprete el baile de escaños a su mejor conveniencia: atendiendo a esta progresión en una tercera repetición de elecciones el PP podría acercarse a la mayoría absoluta.

índiceMariano Rajoy además de ganar las elecciones se ha coronado como el único líder que crece en más de medio millón de votos. La figura del presidente en funciones debería instaurarse como caso de estudio universal: con su inmovilismo crónico y su flema gallega consigue que los adversarios se ahorquen en su propia cuerda. Pedro Sánchez está obligado a replantearse su liderazgo: obtiene el peor resultado de la historia del PSOE por segunda ocasión consecutiva. Alberto Garzón ha aniquilado a IU para salvaguardar su escaño. Y Albert Rivera tiene que hacer una severa autocrítica: debe definir quiénes son sus votantes y qué esperan de esta formación emergente.

Los partidos moderados han triunfado en estas elecciones con rotundidad. Hay que formar gobierno estable cuanto antes para acometer las reformas inaplazables que los españoles demandan. En esta nueva etapa todos tienen cabida: hasta los recién expulsados de su edad de la inocencia si demuestran sentido de Estado y respeto por los valores de democracia, libertad y unidad.

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