Final de curso concursal

25/07/2016

José Ramón Couso Pascual.

image1Los concursos de acreedores, según el I.N.E., disminuyeron en el primer trimestre de 2016 un 27,3% respecto del mismo período de 2015. La misma fuente oficial nos informa que las ejecuciones hipotecarias han bajado un 37,9% en tasa anual

¿Se acabaron los problemas judiciales derivados de la crisis financiera y empresarial? ¿Se ha superado el colapso de muchas oficinas judiciales que ven disminuir los asuntos que? ¿Estamos en la senda de la verdadera recuperación? ¿Han disminuido los impagos de hipotecas y la insolvencia empresarial?

Como en la viña del Señor, de todo hay; las nuevas declaraciones de concursos disminuyen en los últimos meses, en gran parte, por las reseñadas medidas disuasorias. Los financiadores consideran ahora que, mientras haya esperanza, mejor es llegar a un ‘mal acuerdo’ que abrir la caja de Pandora del proceso concursal de incierto rumbo y plazo y de resultado de cobro aún más dudoso. A ello se suma, que estamos tocando fondo en el sector inmobiliario y constructor; ¡estamos tocando el hueso del jamón!

Muchas empresas del ladrillo ven el final del túnel; ya ha concursado quien tenía que concursar; aquella empresa que ha sido capaz de regatera la tentación concursal durante estos años, tiene alternativas mejores a la vía judicial; el acreedor financiero es ahora sabedor, de que la ejecución hipotecaria es una especie de ruta maldita en la que acechan un sinfín de peligros.

La última semana cada mes de Julio, de forma inexorable, se acaba el mundo, al menos en España y, cuando menos, para gran parte de los operadores del sector financiero y jurídico.

La canícula envanecida que igualmente se reitera y progresa de forma adecuada año a año por estas fechas, acelera y transforma los procesos de negociación, el cierre de inversiones, reestructuraciones, fusiones y adquisiciones de empresas.

Sin duda, la España empresarial y judicial expira del día de San Ignacio de Loyola. En Agosto sólo florecen, con progresión aritmética paralela a las temperaturas y las prisas julianas, las tradicionales actividades de chiringuito de playa, clubs de campo de golf, reservados en bares nocturnos y puertos deportivos donde, entre chanclas, frituras, modelitos y gin-tonics se fraguan futuras transacciones comerciales.

El buen abogado, sabedor de que el mes de Julio resultará agotador y de que todos sus clientes querrán dejar atado y bien atado lo que no fue posible formalizar en el primer semestre, se multiplicará para estar a la altura de los nervios y de las veleidades de clientes y contraclientes.

El prudente juzgado, en particular el mercantil, que debe autorizar ventas de activos, convenios o liquidaciones de empresas concursadas y resolver sobre un sinfín de cuestiones procesales, se cuidará muy mucho de recordar con la suficiente antelación procesal que Agosto es mes inhábil a estos y otros muchos efectos y que, si a alguien se le ocurre en el estío agostizo ser declarado en Concurso, recabar protección preconcursal, subastar en un Juzgado u obtener autorización judicial, mejor será que espere la llegada del odiado Septiembre, pistoletazo de salida del año escolar y concursal, arranque de curso, hito final de la parálisis ibérica.

La propia Ley Concursal de julio del 2003 contó con un prolongado tiempo de ‘gracia’ antes de su entrada en vigor para facilitar el nuevo marco normativo y nació a la vida real curiosamente el primero de Septiembre de 2004 ¡eureka!

Los ciudadanos nos permitimos el lujo de carecer durante meses de Gobierno con plenos poderes ejecutivos y, a más a más, consideramos justo y necesario ralentizar todo un mes la actividad judicial y empresarial. Festejamos el incremento de actividad económica y del empleo, consecuencia estacional del período vacacional y dejamos los deberes aparcados para que la vuelta al cole nos resetee y devuelva a la vida profesional; los Juzgados de Instrucción y las urgencias hospitalarias mantienen retenes, turnos y guardias para que el personal pueda enfermar o delinquir con plenas garantías de servicios mínimos en estas fechas agostizas.

Atisbamos en el calendario y casi rozamos con la punta de los dedos judiciales el nirvana profesional de las vacaciones, pero, antes de alcanzar ese clímax, hay que atravesar el sofocante Julio, desierto con espejismos y oasis legales, que agota a los negociadores financieros y empresariales: en Julio todo es posible. Las prisas, el calor y el irrefrenable deseo vacacional son factores que nublan la vista. Hay altas posibilidades de abortar o de culminar con éxito inesperado los preacuerdos, las exigentes autorizaciones de comités y los objetivos comerciales.

Nuestro legislador ha generado en los últimos años circuitos y mecanismos paralelos para disuadir al justiciable de la instancia judicial; el arbitraje, la mediación, la protección preconcursal, las refinanciaciones blindadas a prueba de insolvencia futura, las dificultades materiales y formales para ejecutar una hipoteca impagada, son argumentos de peso para pensarse dos veces si es mejor acudir al Juzgado o preferible agotar cualquier otra alternativa por ardua que parezca.

En el frontispicio del justinianeo edificio que sustenta nuestros principios generales del Derecho se ha grabado con letras doradas la maldición romaní: ‘Tengas pleitos y los ganes’ y la más sensata máxima: ‘Más vale un mal acuerdo que un buen pleito’.

El nuevo Gobierno, cuando llegue – ojalá sea antes de Septiembre – deberá insistir en los mecanismos extrajudiciales para abordar las dificultades en pagos de hipotecas y créditos empresariales, suprimir las trabas que quedan para la refinanciación, darle una vuelta a la prioridad registral cuando de protección de viviendas se trata y armonizar intereses de acreedores y deudores con una legislación que ahonde en esa vía.

De momento, Agosto y cierra España.

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