El partido que más se parece a España

30/09/2016

Álvaro Frutos.

Un dirigente socialista hace unos años acuñó la expresión de que “El PSOE es el partido que más se parece a España”. Hasta ahora no había llegado a entender a qué hacía alusión tan exultante patriotismo. Ahora ya sí.

En la mejor tradición española los dirigentes socialistas han demostrado el cainismo (de Caín, el primer fratricida, según la Biblia) que se puede llegar a generar en política dentro de la propia familia por una lucha de poder personal. La pregunta es quién lucha por su poder personal, y la respuesta es sencilla: Todos.

No se puede decir que ninguno tiene razón en esta guerra absurda, unos tendrán una parte y otros, otra. Ahora bien, la razón se ha ido perdiendo por el camino. En todo caso el mal esta hecho y sin paliativos. Los perdedores son los miles de militantes socialistas, los millones de votantes y los ciudadanos españoles en su conjunto. Es también imperdonable como se ha pisoteado la memoria histórica del socialismo español detrás de la cual hay muchos sacrificios personales y esfuerzos colectivos. Esto parece no haberse tenido en cuenta por los que se han situado en un bando o en el otro. No les ha importado el pasado, ni tampoco el presente y evidentemente, menos, el futuro.

Si en los credos religiosos la soberbia es pecado, en política es un vicio contagioso que se extiende como la peste del medievo. Y aquí no les ha importado contagiar a todos sacándole las vísceras a la par que se le llama compañero. Moverse por el ego tiene poco contenido ideológico aunque se pretenda revestir de ello. Aquí, unos no son más de izquierda y otros menos, pues para ello habría que conocer cómo piensan y eso está ignoto; lo único que hemos oído de unos y otros son frases huecas, simplones silogismos. Es una ceremonia del esperpento, del ridículo.

La búsqueda de responsabilidades es muy difícil, no por no identificable, sino por numerosa. Es un juego de actitudes autistas, prepotentes, rencorosas, maquiavelismo congénito, mentiras compulsivas, senectud, narcisismo paranoico. En definitiva hay toda una panoplia de patologías psicológicas, pero no política; la política está ausente.

Causa sonrojo pensar en los argumentos que se han esgrimido: “No me llama”, “me ha mentido”, “si pierdo no me voy”, “está en otro bando”, primero lo rompo y luego “yo lo coso”. Lo peor es que este sin sentido viene de lejos con fracasos convertidos en “resultados históricos”; con ejercientes barones que han obtenido el peor resultado del PSOE en su comunidad; con otros que su mayoría actual les lleva a olvidar los estrepitosos fracasos obtenidos hace unos años en los que ellos conformaron las listas a su reaños; o que otros han depuesto a dirigentes territoriales haciendo uso de la fuerza que significa la dimisión en bloque o el ejercicio de la autoridad para destituir a un jefe local. En definitiva, nada ejemplificador de profesionales de la política en cuyas manos los ciudadanos depositan su confianza, y muy lejano de los valores que la cultura socialista predica. El pasmo es mayor cuando todo viene orquestado por un medio de comunicación en cuyo consejo editorial está un destacado contendiente. Aunque la política y la vida actual están dotadas de frágil memoria, lo que está sucediendo deslegitima a todos estos dirigentes para el ejercicio público en el futuro, si es posible pensar que el PSOE tenga futuro y no hayan firmado con este espectáculo pandillero el acta de defunción del histórico partido.

Para que esto no fuera así tendrían que emerger en un corto plazo nuevos dirigentes que no respondieran a esta cultura del frentismo y la frivolidad ideológica. Si son jóvenes deberán estar formados profesionalmente, que sean algo más que funcionarios de la política y consecuentes con lo que el socialismo significa como cultura política, tanto en sus valores como en su práctica y respeto a una historia que tiene sus luces y sus sombras pero no la falta de criterio y solvencia que ellos han demostrado.

(*) Alvaro Frutos. Abogado, consultor político. Fue director general del Gabinete de Crisis en los gobiernos de Felipe González

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