‘Danny y Roberta: El lado salvaje’

13/01/2017

Luis M. del Amo. Vuelve a la cartelera madrileña la obra de juventud del premiado guionista John Patrick Shanley.

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A mediados de los años 80, el guionista John Patrick Shanley –responsable de la exitosa Hechizo de luna y, más recientemente, de La duda– atravesaba una profunda crisis personal. Fruto de ese dolor, un treintañero Shanley escribía Danny y Roberta, la obra que ahora vuelve a la programación teatral de Madrid, después de su estreno hace un año en la Sala Mirador.

La obra, una balada en clave marginal en torno a la incomunicación, escarba, al igual que La duda, en el fértil territorio de la culpa y en sus diferentes manifestaciones en hombres y mujeres.

Ahora bien, lo que entonces, en la obra de juventud, constituía una barrera levantada por sus propios protagonistas, empujados eso sí por su escasa convencionalidad, se convirtió en la obra de madurez, en aquel colegio católico gobernado por el personaje que interpreta Meryl Streep, en un castigo que administra la sociedad, que arruina la vida de su protagonista, el sacerdote encarnado por el fallecido Phillip Seymour Hoffman, sobre quien recaen horribles sospechas.

En suma, lo que La duda tenía de reflexión en torno a la culpa y el castigo administrado por la sociedad, se prefiguraba ya en Danny y Roberta, en los márgenes de la sociedad, en este caso, y en una etapa juvenil, cuando el demonio no aún son los otros, sino la presentida soledad.

El montaje que trae al Teatro Lara esta Danny y Roberta traza, de un modo siempre interesante, el drama de estos dos seres perdidos, carcomidos por la culpa y la incomunicación. Bajo la dirección de Mariano de Paco, un experimentado cuarentañero que ya abordara el mismo texto en 2006, valiéndole entonces un galardón por parte de la Asociación de Directores de Escena (ADE), el montaje agarra por las solapas al espectador y no lo suelta hasta el final.

Seca y efectiva, la puesta en escena apenas deja pensar a la audiencia. Y lo hace en parte gracias a la buena labor de sus intérpretes, un curtido Armando del Río que, junto a la angulosa Laia Alemany, se enfrenta a la tarea de hacer creíbles a estos dos jóvenes malditos. Todo ello punteado por las canciones en directo de Ester Rodríguez.

La obra, de apenas una hora de duración, se hace corta, debido en parte a un incompleto texto, que promete más de lo que, a la postre, da. Y a cierta precipitación, por otra parte, al abordar ese abrupto final, cuya puesta en escena requeriría de otro tratamiento, en mi opinión.

Además, en el capítulo del debe, se echa también en falta una administración más efectiva de pausas y tiempos – una labor de dirección –, aunque únicamente en las zonas de mayor calma, en medio de la tormenta emocional; así como mayor interiorización de los textos por parte los actores, también en esas zonas de menor tensión.

En cualquier caso, un producto muy digno del off madrileño, bien dirigido e interpretado, y que satisface de forma notable las expectativas del público.

Teatro Lara, los lunes, hasta el 20 de febrero.

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