Han sido tantos años de lo mismo, de ese mismo dolor, de su pulso continuo como un latido ardiente en la retina, que no entender a las víctimas un día como hoy nos resulta imposible. Después de repasar toda la información, el comunicado de ETA y las distintas comparecencias, posturas y discursos, si uno se para a leer las declaraciones de las asociaciones de las víctimas sólo puede abismarse en ese sufrimiento, pero sólo otearlo. Otearlo, sí, porque los atentados no terminan jamás para las víctimas, y porque una forma humana de afrontar el día de después es esperar, soñar, que quien te ha triturado la vida pague un precio justo por su crimen. Claro que eso no restaña las heridas, el sentido moral de la pérdida, claro que una sentencia de treinta años y un día no puede compensar que te hayan arrancado de tu lado a tu lado más íntimo, a una carne que es tu propia carne, que lo era entonces y lo sigue siendo hoy, a pesar de los años, a pesar del tiempo detenido en ese instante neutro, vaciado de cualquier tipo de lógica, en que tu vida se te vino encima y explotó. Han debido despertarse con un extrañamiento.

Extrañamiento, porque también las víctimas han amanecido con la mejor noticia imaginable: el cese del terror, la caída de la banda. O, de otra manera, alcanzar la situación plena de normalidad democrática civil que se instaló en España desde 1978; así, si uno de los orígenes del terrorismo vasco fue la dictadura franquista que combatió al principio, al día de hoy, el único resto sangriento del franquismo que queda todavía entre nosotros es la misma ETA, que representa una lucha contra lo que ya no existe.

Pienso ahora en las víctimas. Las imagino una a una, tratando de llevar su pequeño día a día como buenamente pueden. Quedando para tomar un café o yendo a comprar el pan, pero siempre con un oído más afinado que otro cuando en la conversación de la mesa de al lado alguien nombra las palabras paz, o proceso, armas o entrega, porque de pronto una esquirla se les puede desprender del sueño y volver a arañar la cicatriz quemada. Estoy seguro de que las víctimas son las primeras en desear que el horror termine para siempre. El tema está en la forma, en las negociaciones y en la ley.