Cuando París claudicó

17/11/2011

Daniel Serrano.

Lo escribió Hemingway (y lo suscribió Vila-Matas): “París no se acaba nunca”. Siempre acabamos emprendiendo el camino de regreso a París, allí donde sucedió el siglo XX. París fue una Disneylandia de pintores furibundos que competían en ferocidad vanguardista y poblaban los cafés y atufaban las buhardillas de humo de gitanes. Y entonces vino la guerra y Hitler se fotografió junto a Speer con la Torre Eiffel emergiendo de la bruma a sus espaldas. Y siguió la fiesta sostiene el periodista Alan Riding.

“Los alemanes vestían de gris y tú de azul” y en los cabarets los alegres criminales de la Gestapo cantaban Lili Marleen y la vida continuó. Francia, durante años, ha tratado de apuntalar un relato heroico de la ocupación pero los claroscuros han tomado forma y libros como este nos muestran una realidad mucho más compleja. Riding, periodista de The New York Times, ejecuta un brillante dibujo del París bajo la bota germánica en el cual se mezclan a partes iguales héroes, villanos y supervivientes.

En la Francia bajo dominio nazi que nos descubre Riding contemplamos a Sacha Guitry ensimismado en su propio éxito y feliz junto a los uniformados de la Wehrmacht, a un irreverente Ernst Jünger visitando en su estudio a Picasso (quien siguió vendiendo –semiclandestinamente- sus cuadros durante la ocupación), a colaboracionistas infames en lo más alto de su prestigio (Brasillach, Drieu La Rochelle, Céline), a Coco Chanel ajena a la tragedia que se desarrollaba a lo largo y ancho de su patria, a Sartre y Camus estrenando piezas teatrales mientras Europa entera ardía.

Y también a héroes sin mácula que salvaguardaron la dignidad de Francia: los bachilleres que a los pocos días de la ocupación desafiaron a los alemanes manifestándose por las calles de París, cuando todos callaban; los primeros resistentes del Musée de l´Home, profesores y modestísimos literatos sin el relumbrón de quienes, celebérrimos, miraban tras los visillos lo que ocurría a su alrededor; el estadounidense Varian Fry, quien (movido por la pura admiración a la cultura francesa) se plantó en territorio galo dispuesto a sacar del país a escritores y artistas amenazados y logró salvar a unas 2.000 personas; Rose Valland, archivera del Jeu de Paume, informante de la Resistencia, que una mañana vio a soldados alemanes prender fuego a 600 cuadros de Picasso, Miró, Ernst y otros “artistas degenerados”.

Y la vergüenza de la persecución a los judíos, y el horror del Velódromo de Invierno, y Walter Benjamin despidiéndose de la vida en Port Bou, roto de miedo y tristeza, y Tristan Tzara lanzándose (dadá) a la resistencia armada contra el invasor, y Maurice Chévalier amenazado de muerte desde Londres por los gaullistas a causa de su incesante presencia sobre los escenarios de la Francia ocupada, aplaudido por los jerarcas nacionalsocialistas de paso por París.

Y siguió la fiesta es un excelente libro, un gran reportaje con el don de la amenidad y, sobre todo, la gran virtud de eludir todo juicio moral categórico. Lo explica Alan Riding con palabras del que fuera secretario de Asuntos Exteriores en Gran Bretaña durante la II Guerra Mundial, Anthony Eden: “Quien no ha pasado por los horrores de una ocupación por parte de un ejército extranjero no tiene derecho a pronunciarse sobre lo que hace un país que sí ha pasado por ello”.

¿Qué hubiéramos hecho nosotros? La respuesta nunca es fácil. Y, sobre todo, hay que atender a los matices. Mencionábamos antes a Picasso. ¿Fue Picasso un resistente? ¿Cómo pudo sobrevivir sin moverse de París con su pasado de republicano, simpatizante de los comunistas y, para colmo, adalid de lo que los nazis consideraban la degeneración del arte? Riding nos cuenta que a Picasso le salvó su prestigio internacional y nos revela que, bajo la apariencia de pasividad y reclusión en su torre de marfil, son muchos los testimonios que hablan de cómo, generosamente, el malagueño prestó ayuda a todo aquel que se la pidió y, de modo discreto, financió a la Resistencia. E, incluso, alude Riding a una anécdota (apócrifa tal vez, pero tan bella). Durante un registro sufrido en su estudio por parte de soldados alemanes, un mando se dirige al pintor y le pregunta, señalando una reproducción del Gernika:

-¿Eso lo hizo usted?

A lo cual, en tono de irónica modestia, responde Picasso:

-No, no, eso lo hicieron ustedes.

Por historias como esta (y muchísimas otras contenidas en este libro) merece la pena leer Y siguió la fiesta.

Y siguió la fiesta. La vida cultural en el París ocupado por los nazis. Alan Riding. Galaxia Gutenberg. 489 páginas

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