El nuevo año de 2012 ha empezado con malos augurios. Entre los deseos más o menos rutinarios de felicidad, se han deslizado los comentarios de los dirigentes europeos advirtiendo que lo peor de la crisis aún no ha pasado y que nos esperan tiempos duros y difíciles. Mientras, en España, el Ministro de Hacienda corrige una vez más las declaraciones del titular de Economía y el PSOE se apresura a recordar que la Administración del Estado ha cumplido sus objetivos de déficit y que las desviaciones son imputables a las Comunidades Autónomas, mayoritariamente gobernadas por el PP. En suma, nada nuevo: seguimos inmersos en las incontinencias verbales de propios y extraños.

Lo que sí es real es la nueva vuelta de tuerca a la política de austeridad dictada por el Gobierno, que vuelve una vez más a cargar la mayor parte de los esfuerzos para superar la crisis sobre las rentas del trabajo y sobre la sufrida clase media, que nuevamente va a ver reducidas sus rentas disponibles, su capacidad de consumo y, por ende, su nivel de vida y bienestar.

Sin duda es necesario aplicar políticas de austeridad y suprimir posibles despilfarros y gastos superfluos, pero resulta igualmente preciso apoyar y fomentar la economía productiva ya que sin crecimiento la recuperación económica, la creación de empleo y la generación de confianza puede ser una misión imposible.

Todos sin excepción han criticado en el pasado el modelo de crecimiento español, basado en la especulación del suelo y en la llamada burbuja inmobiliaria, que es, sin duda, uno de los sectores que más parados ha producido. Igualmente, todos sin excepción han apuntado la importancia de la innovación para dar paso a una economía más competitiva, productiva y sostenible. Sin embargo, paradójicamente, las partidas presupuestarias destinadas a innovación sufren un drástico recorte, mientras se recupera una deducción fiscal para la adquisición de vivienda habitual que, según los datos publicados, va a representar una importante merma de ingresos, es decir, se hace lo contrario de lo que se ha predicado con tanta insistencia.

En la actual coyuntura y con más de cinco millones de parados, sorprende la resignación con la que el cuerpo social asume los recortes .y los sacrificios. Probablemente, después de tantos años de crisis y ante la falta de alternativas y de esperanzas, el ciudadano tenga ya interiorizado y asumido que hay que apretarse el cinturón, aunque siempre sea el suyo y el de otros como él.

Lamentablemente las recetas ortodoxas para salir de la crisis marcan como prioridad principal el control del déficit, aunque sea a costa del recorte de derechos sociales, y, conseguida esa meta, los mercados nos penalizarán por no crecer y generar la riqueza suficiente para pagar las deudas. En fin, un círculo vicioso.

Frente a estas corrientes liberales a ultranza que, tras haber favorecido un capitalismo sin freno, se rinden ahora a los mercados y proponen como solución las recetas que más favorecen a los poderes financieros, se echan en falta propuestas alternativas, capaces de movilizar o proporcionar un horizonte de esperanza e ilusión a los sufridos ciudadanos. La izquierda se ha quedado parada en discursos trasnochados e inadecuados para la realidad social y cultural de nuestro tiempo o bien, a fuerza de ser pragmática y despejar el camino hacia el poder, se ha convertido en la gestora y valedora de un sistema que decía querer transformar y superar.

No estaría de más que el próximo Congreso del PSOE, además de hablar de poder, bien sea el interno del propio partido o de la recuperación del Gobierno, se debatiera con rigor sobre cuál es o debe ser el papel de los partidos progresistas y de izquierdas en los momentos actuales, que en nada se parecen a los que existían en sus momentos fundacionales.