Obama y lecciones de gestión empresarial

10/01/2012

Jorge Díaz-Cardiel,
autor de ‘La reinvención de Obama’.
Existe una fascinación entre los líderes empresariales y directivos en España hacia los políticos que no tiene parangón en casi ningún otro lugar del mundo. En el caso de Francia, por poner un ejemplo cercano a nuestro país, es tal la facilidad del trasvase de directivos entre la empresa y la política que apenas hay distinción. También es verdad que el peso de la empresa pública en Francia es muy fuerte.

En Estados Unidos las cosas son muy distintas. Para empezar, hay un consenso generalizado en el país sobre que el capitalismo, la economía de libre empresa y de mercado, es la mejor manera de crear riqueza. El American Dream, como el propio nombre indica, es una invención estadounidense.

Como dice Bill Clinton en su último libro Back to work. Why we need a smart Government for a strong Economy, ese sueño consiste en que, si uno trabaja duro y sigue las normas, puede alcanzar el sueño de llegar a ser rico. En EEUU no está mal visto ser millonario y, frente a la envidia que caracteriza a los españoles, en América, el que llega arriba (el financiero Warren Buffett, el fundador de Microsoft, Bill Gates, y tantos otros) es un ejemplo para los demás.

Durante sus ocho años como presidente, Bill Clinton creó 23 millones de empleos, Ronald Reagan, 7,7, y George Bush hijo, 3,5. A Barack Obama, que heredó la peor recesión desde la Gran Depresión de 1929, todavía le queda un año de mandato hasta las elecciones presidenciales del 6 de noviembre y, casi con toda seguridad, superará por unos cientos de miles la cifra de creación de empleos de su antecesor.

Barack Obama tiene fama de tener un estilo de gestión reflexivo, consultivo, incluyente y decisivo. Bill Clinton era impulsivo, y se dejaba llevar por sus instintos. Era un hombre, un político, muy carismático. George Bush hijo solía delegar muchísimo, especialmente teniendo en cuenta que se rodeó de muchos hombres que habían trabajado previamente no sólo con su padre, también presidente, sino con otras administraciones republicanas, remontándose a la época de Nixon y Gerald Ford, entre 1974 y 1976: personas como Donald Rumsfeld o Dick Cheney, que con gran facilidad pasaban de ser consejeros delegados de una gran firma fabricante de armamento a convertirse en secretario de defensa o vicepresidente, por ejemplo.

‘Pegados’ al terreno

A Obama le gusta mucho tomarse su tiempo antes de decidir. Coincide con Clinton, y con Carter, en que necesita leer, estudiar informes sobre cualquier tema importante sobre el que ha de tomar decisiones: ya sea la economía o la seguridad nacional. El presidente es un hombre que escucha mucho, tantas opiniones de expertos como puede conseguir, especialmente si son personas pegadas al terreno. Es incluyente, porque admite opiniones diversas y hasta opuestas entre sí. Por último, sabe que en última instancia quien tiene que tomar las decisiones es él, y nadie más que él, y esto es algo a lo que no está dispuesto a renunciar.

Este comportamiento le ha causado algunos problemas, especialmente en dos ámbitos: en el económico y en el militar. Hay que tener en cuenta que Obama es un profesor de Derecho Constitucional que estudió en Columbia y en Harvard. No es ni economista ni ha servido en las Fuerzas Armadas. En materia económica, incluso antes de tomar posesión como presidente, Obama escogió a los mejores para formar parte de su equipo económico: a modo de ejemplo, un ex secretario del Tesoro con Clinton (Larry Summers, también decano de Harvard Business School), un ex presidente de la Reserva Federal con Ronald Reagan (Paul Volcker) y tantos otros.

Una cuestión que surgió desde el principio es que gente tan relevante exigía varias cosas: ser escuchados por el presidente, tener acceso directo a él y, sobre todo, que el presidente siguiera sus recomendaciones. Sobre lo primero, Obama no tenía –ni tiene- ningún problema, pero sí con las dos siguientes cuestiones. Esto provocó fricciones: gentes tan relevantes como Volcker o Summers querían imponer sus puntos de vista económicos al presidente. Obama no estaba dispuesto; como él mismo suele repetir con frecuencia: “En cada momento de la historia, sólo hay un presidente”.

Adicionalmente, Obama es un hombre que aprende fácil y rápidamente. Enseguida estuvo en disposición de opinar él mismo en materia económica. Esto terminó por hacer explotar a sus colaboradores. Tras año y medio en el cargo, sintiéndose despreciados, no suficientemente bien tratados y dejados de lado, casi todo el equipo económico de Obama fue dejando, por motivos personales su cargo. Incluso en su entorno más cercano, su jefe de gabinete, Rahm Enmanuel dejó la Casa Blanca para intentar ser alcalde de Chicago, cosa que consiguió. Todos los que abandonaron a Obama decían de él dos cosas: es demasiado inteligente y es demasiado arrogante. Cuántas veces ambas cosas van de la mano, en la vida en general, y en el mundo de los negocios en particular.

En lo que a los militares se refiere, hay que tener en mente que Obama es comandante en jefe. Cuando el general McChrystal, que había dirigido operaciones en Irak y Afganistán de forma brillante, vertió críticas y bromas ácidas sobre sus superiores militares en la cadena de mando a través de una entrevista en Rolling Stone, Obama no dudó en destituirle.

Muchas lecciones cabe extraer de la forma de gestionar de Obama: tan bueno es rodearse de colaboradores brillantes, como necesario es el saber gestionar bien a personas de mucho talento. Hay que ser consciente del lugar que se ocupa en la cadena de mando, aunque se sea presidente y comandante en jefe. Pero sin olvidar que los subordinados son también personas, y merecen el mejor trato posible como tales.

Jorge Díaz-Cardiel es autor de La reinvención de Obama (LID Editorial, 2011) Economista, sociólogo e historiador, es socio director general de Advice Strategic Consultants. Fue periodista de negocios y consultor. Tiene publicados varios libros de teoría y estructura económica, y cientos de artículos sobre economía y negocios.

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