Mi gran novela sobre La Vaguada

24/11/2010

Daniel Serrano.

Haré tan ditirámbico exordio que no quedará otra opción al sufrido lector de estas enajenaciones mías que acudir al librero de guardia y preguntar por la obra de Fernando San Basilio. Como diría un autor estadounidense o Ray Loriga cuando era joven: me encanta este jodido libro.

Mi gran novela sobre La Vaguada o las peripecias de un treintañero afiebrado de literatura. Literatura o venta de electrodomésticos. He aquí el dilema que se le presenta a nuestro héroe. Porque todos hemos querido escribir nuestra gran novela sobre La Vaguada y, al final, acabamos vendiendo a plazos una lavadora. O casi.

¿De qué demonios les estoy hablando? De la mejor descripción escrita en mucho tiempo de un Madrid tardojuvenil y posuniversitario donde todas las noches hay fiestas tristes con guacamole y marihuana en los pisos con terraza de Lavapiés. Y donde no hay más remedio que entregarse al oficio de la entrevista callejera y la colaboración periodística en la gaceta de barrio de efímera existencia e, incluso, darse a los cursos de formación del INEM, que básicamente proporcionan trabajo a quienes los imparten.

¿De qué demonios les estoy hablando? No acierto a explicarme. De la novela más divertida y, al trasluz, dramática que he leído en mucho tiempo. Una suerte de pieza de neocostumbrismo pop con momentos tan brillantes como este: “Quisieron saber mi opinión acerca del periodismo y de la prensa gratuita en particular y les dije que me interesaba mucho el fenómeno de la prensa gratuita y que leía muchos periódicos gratuitos aunque me cuidé mucho de decirles que la razón principal por la que los leía era precisamente porque eran gratuitos, y que por esa misma razón leía también las octavillas del doctor Fatuo, un vidente africano que hacía amarres y que quitaba males de ojo”. Lo que toca cuando uno busca desesperadamente colocación, aunque sea en una publicación de mala muerte.

Me alarmo. A lo mejor a mí me ha gustado tanto Mi gran novela sobre La Vaguada porque soy un tipo raro. Pero no. La ironía inmisericorde que recorre este libro, las mismas calles que todos hemos pisado en busca de Algo, las horas perdidas en los transportes públicos, los pisos compartidos con mujeres a quienes quisimos y luego dejaron de querernos, esa novela soñada de la cual apenas esbozamos cinco páginas pero que era, a todas luces, la Gran Obra Maestra de la Literatura Española, esa periferia del mundo editorial, a la caída de la tarde, con presentaciones de libros que, como bien apunta Fernando San Basilio, siempre acaban resumidas en la tristeza de un vino manchego acompañado de galletas saladas, en la trastienda húmeda de una papelería.
Este es el mundo, amigo.

No doy con la tecla, qué se le va a hacer. Creo que no acierto a transmitir mi gratitud hacia esta novela.

Pero les aseguro que hacía tiempo que un libro no me provocaba tal cantidad de abiertas carcajadas y, a la vez, dejaba en mí ese poso melancólico de quien se reconoce en la majadería del protagonista, siempre en pos de amor y de la gran novela sobre La Vaguada, tan huidiza, la muy canalla.

-¿Y, entonces, si es tan buena, por qué no hemos oído hablar siquiera de esta novela?      Eso quisiera saber yo. Con tanta idiotez que se publica, ¿por qué se ha prodigado tan poco la crítica con este librito?

Y luego está Madrid. El Madrid que encuentra su definición en la siguiente frase: “Todo lo que me ha pasado más allá de la Gran Vía es mentira”.

Y luego está la conmovedora historia de un botarate como cualquiera de nosotros que querría ser escritor pero sospecha que acabará tomando posesión de la tienda de electrodomésticos de su padre, en el barrio del Pilar, o sea que abandonará sus sueños debajo de un colchón del último piso compartido allá por Antón Martín.
Las circunstancias. La vida. El amor.

Tantas cosas.

Creo que la inspiración no me ha acompañado del todo. Quédense con la frase inicial, tomada de un Loriga joven (o de José Ángel Máñas): me encanta esta jodida novela.

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3 pensamientos en “Mi gran novela sobre La Vaguada

  1. Estimado Daniel:

    Hoy descubro que las recomendaciones de los cínicos confesos son mucho más contagiosas que las de los demás mortales. Por eso ya tengo la novela que hoy recomiendas sobre mi mesa y empezaré a leerla en un rato. Espero que cause en mí el mismo efecto entusiasta que ha provocado en ti, que también me robe «la razón» y me azore y su brillantes me robe la palabra justa a la hora de hablar de ella. Ya te contaré.
    Saludos cordiales.

  2. Estimado Daniel:

    Acabo de terminar «Mi gran novela sobre la vaguada» y tras la lectura sólo puedo certificar que soy mucho más cínica que tú y que ahora entiendo ese problema que cuentas sobre acabar de cuajar tu reseña. La novela me parece un capricho humoristico de un autor con editorial fija, sólo eso. He ido leyendo por ver si me ofrecía lo que tu ofrecías en tu reseña pero no ha sido así. En todo caso me quedo con una frase de esta pintoresca historia: «Bebímos muchísimo y el aire se llenó de frases sabias y verdad desnuda»… Un poco de poesía entre tanta pose bukowskiana. Ahora sólo me queda esperar tu próxima botella.

    Saludos cordiales.

  3. Pues yo lo que necesito ahora es reirme a carcajada limpia. ¿Lo haré si leo la novela o no?. Por que ahora mismo estoy “como si estuviera en ascuas”.

    Creo que voy a encargársela a mi librero – de tienda pequeña-, por que la última vez que entré en una gran superficie fue en la Fnac en Madrid, la que está al lado de Sol, y al salir, pité, bueno yo no, lo que llevaba en el bolso que era el libro que estaba leyendo en ese momento, la carta que un escritor le había escrito a Isadora, y se les debió de olvidar quitar el chip cuando lo compré.

    Y no conforme con eso, me metí en El Corte Inglés y volví a pitar. Vamos que los detectores deben detectar mi rechazo a las Grandes superficies en general y al consumo irracional, en particular.

    Pues eso, necesito echarme unas risotadas. Espero lograrlo con la recomendación del lector disperso. Transmitiendo desde la soledad cósmica de la red, antes de comenzar una apabullante semana laboral.

    Salud.

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