A estas alturas de Legislatura, tan solo cinco meses que se han tornado otras tantas eternidades, la única duda que persiste es si hubo más de arrogancia o de ignorancia cuando el entonces candidato enarboló la bandera de la confianza como santo y seña de su futura gestión. Han sido tantos y tales los despropósitos que a veces uno piensa que Rajoy se creyó de verdad, y con él millones de votantes, que simplemente su llegada a Moncloa iba a obrar un milagro que dejaría al de Fátima a la altura de una vulgar engañifa. Debió sopesar que, en cuanto le trajeran de imprenta las tarjetas de Presidente del Gobierno, el desempleo cesaría (literalmente lo aseguró en una entrevista), que la economía se reactivaría sólo con descorrer los cortinones de Palacio para que penetrara el fulgor de la verdad neoliberal, que los bancos darían los créditos al mismo tiempo que los buenos días, que la prima de riesgo, esa que se llamaba Zapatero cuando ni se acercaba a los 500 puntos que ya ha llegado a superar, se arrastraría humillada por los suelos… Y, por supuesto, que los pajarillos cantarían y las nubes se levantarían para celebrar con alborozo ese prodigio sólo posible por la destreza de un registrador de la propiedad de Santa Pola metido a líder low cost de un mundo globalizado y ciertamente hostil.

Lo cierto es que todo ha ido a peor. Lo grave que se ha instalado el miedo. Lo indignante, que aun en esta situación límite, el engaño ha prevalecido sobre las virtudes de la política, que las tiene. El ‘trilerismo’ se ha impuesto sobre la credibilidad y, para colmo de males, ya resulta hasta difícil acudir a la herencia socialista para oxigenar tanta incapacidad o tratar de ocultar en el mismo cajón que las facturas tanta patraña. Recordar cómo se ufanaba doña Esperanza Aguirre de cumplir con los objetivos de déficit para saberse ahora que duplicó el que dijo o que Valencia, junto a Madrid, por cierto, patria chica de la Gürtel, también se excedió en sus cuentas, invita a la reflexión. Por ejemplo a plantear si la única responsabilidad que asumen estos gobernantes es salir bien conjuntados en los informativos de las teles que ahora quieren privatizar. Como si no lo hubieran hecho a coste cero desde que llegaron al poder.

¿Cuánto duraría en una empresa solvente un gerente que hubiera errado de manera tan garrafal en el balance? Seguramente lo mismo que las reformas financieras de Rajoy, es decir, un par de días. Sin embargo, lejos de ello, donde una décima de déficit suponía una catástrofe si provenía de las cuentas socialistas, ahora cuatro son una nimiedad porque vienen ungidas por el mismo partido que sustenta al Gobierno. Ni siquiera Montoro, ministro que promete tardes y tardes de gloria, ha sido capaz de encontrar un indicio para culpar a un sobrino segundo de algún militante del PSOE por la desviación de estos déficits tras casi veinte años de gestión del PP. Se ha limitado a callar que, como todo el mundo sabe, es la misma opción que hubiera elegido de ser el presidente andaluz quien hubiera duplicado el déficit anunciado. O igual no. Menos mal que cuando se acabe la munición de la herencia siempre nos quedará Atenas para atribuirle que se dispare la prima de riesgo. En suma, Zapateropoulos culpable ¿No será este gobierno el verdadero riesgo?