Yo acuso

21/05/2012

diarioabierto.es.

Hace aproximadamente un año, durante el pasado mes de junio de 2011, la European Banking Authority (EBA) llevó a cabo la segunda oleada de pruebas de resistencia (stress test)  para la banca europea. La primera oleada se había realizado en fechas similares del 2010. Los tests a la banca española fueron coordinados por el Banco de España (BdE).

Cuando hoy releo la presentación de resultados de las pruebas difundida por el BdE, mi mueca inicial de ironía se va transformado en indignación. Las conclusiones del BdE el 15 de julio de 2011 eran las siguientes:

“1º. Los stress test han supuesto un nuevo ejercicio de transparencia: por la elevada participación española y por la riqueza de la información disponible para su análisis.

2º. Ninguna entidad deberá incrementar adicionalmente su capital como consecuencia de la prueba de estrés.

3º. La labor supervisora continúa más allá de estas pruebas de resistencia”

Me dedico desde hace 20 años a la medición y al control de riesgos financieros y puedo confirmar que las pruebas de tensión son habituales en mi profesión. Estos tests complementan las medidas tradicionales de riesgo basadas en hipótesis estadísticas de normalidad. Se trata de dibujar escenarios de situaciones extremas y analizar el comportamiento de la entidad o de la cartera ante esas circunstancias extraordinarias. Por eso las llamamos pruebas “¿qué pasa si?” o pruebas de “peor  escenario”. Como a los financieros nos encanta sacar pecho en inglés ante nuestros clientes, las llamamos “what if analysis” o “worst case scenario”.

Algunas de las situaciones extremas propuestas para la banca española en la pruebas de resistencia del 2011 eran las siguientes: caída de PIB del -2,2%; caída del precio de la vivienda del 21,9%; caía del precio del suelo un 46,7%; incremento de 165 puntos básicos de los tipos a largo plazo de la deuda pública; o caída de la bolsa del 21%.

Es verdad que se podían haber “pintado” hipótesis extremas más duras pero, en general, eran suficientemente extremas para lo que un profesional pudiera esperar de una prueba de tensión estándar.

Lo que a muchos nos extrañó fue la “envidiable resistencia de la industria” antes esas circunstancias extremas. Algo olía mal y si no eran las hipótesis, lo que estaba podrido era el balance del banco. Las cuentas de la industria no reflejaban la situación real de la misma.

Un año después los hechos corroboran que la industria (o al menos parte de ella) no fue transparente con la información suministrada a la European Banking Authority y que ni el Banco de España, ni los auditores internos, ni los auditores externos, ni las agencias de rating sospecharon lo más mínimo.

El resultado a fecha de hoy (mayo 2012) es el siguiente: un nuevo plan de rescate para la banca -y ya van unos cuantos- (eufemísticamente lo estamos llamando “plan de reestructuración del sistema financiero”); nacionalización de la tercera entidad financiera del país; inevitable incremento del deterioro de las cuentas públicas; huída acelerada de los inversores a otros países e industrias financieras con menor riesgo; retirada vertiginosa de depósitos; revisión a la baja del rating de la industria; desprestigio de nuestro supervisor; nuevas pruebas de resistencia encargadas a consultoras internacionales americanas y alemanas.

Las consecuencias de la ausencia de transparencia siempre son nefastas. El inversor tolera mal el error pero tolera peor la mentira: si me han engañado una vez lo pueden hacer más veces. La marca “España” está en su peor momento. Se echa la culpa a políticos, comunidades autónomas y ayuntamientos, ¿pero cuál es la responsabilidad de nuestro sistema financiero?

A finales del siglo XIX el escritor francés Émile Zola publicó en la prensa una carta abierta al presidente de la república francesa con un alegato a la verdad y la transparencia sobre unos hechos de fragrante injusticia por parte del poder establecido que se ha convertido en un icono histórico de condena a la mentira, la injusticia y la oscuridad de la sin razón. El alegato de Zola se titulaba “J’accuse…!”. Yo acuso.

Al final de su carta Zola decía: ”En cuanto a las personas a quienes acuso, debo decir que ni las conozco ni las he visto nunca, ni siento particularmente por ellas rencor ni odio. Las considero como entidades, como espíritus de maleficencia social. Y el acto que realizo aquí, no es más que un medio revolucionario de activar la explosión de la verdad y de la justicia. Sólo un sentimiento me mueve, sólo deseo que la luz se haga, y lo imploro en nombre de la humanidad, que ha sufrido tanto y que tiene derecho a ser feliz. Mi ardiente protesta no es más que un grito de mi alma.”

Casi 120 años después lamento profundamente tener que suscribir las palabras de Zola aplicadas a parte de la industria financiera de mi país.

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