Decepción y tristeza

23/07/2012

diarioabierto.es.

En el metro, en la parada del autobús, en la panadería de barrio, a la salida del supermercado, en el Bar de Paco y en los pasos de la gente en la calle, se respira decepción y tristeza.

La gente habla y comenta cual será el destino de España, se preguntan a dónde vamos a llegar. La gente está aterrada por los ahorros que tienen en el banco, temen por sus puestos de trabajo, por el fin de mes, por ese destino que se desconoce pero que se intuye tras las acciones de un gobierno al que casi nadie entiende y ya ni cree.

Y mientras, vemos negocios que bajan su persiana para siempre. Se va quedando el barrio con locales vacíos, que antes eran necesarios pero que ahora ya no lo son, por el simple hecho de que nunca más volverán a abrir sus puertas.

El paro va  así aumentando. El miedo llena casas y los manteles de las mesas y los platos de puchero. La gente está más seria y más preocupada y buscan trabajo, se inscriben a ofertas donde hay cien personas más inscritas y piden a Dios que les llamen de alguna.

Veo señoras echándose las manos a la cara. Jóvenes preocupados porque no saben qué les deparará el futuro. Veo algunos hombres que juegan a la petanca en el parque, y cómo comentan que al menos esperan que nadie les recorte las horas de juego.

Y en septiembre entra en rigor el nuevo IVA, y escucho a una muchacha suspirar mientras lee la noticia.

Y mientras nuestra España se va a la mierda nosotros seguimos con nuestras rutinas tratando de no pensar durante un rato en todo esto, pero a veces es imposible no volver a caer en la cuenta de que España ya no es lo que era, que está todo muy mal y peor que se puede poner.

Solamente nos queda seguir trabajando los que aún conservamos nuestro puesto de trabajo, seguir buscando los que buscan, y seguir esperando el desastre final o esa luz al otro lado, esa luz maravillosa que nos ilumine y que nos diga que la crisis, que las mentiras, que los políticos se han terminado, y que todo vuelve a ser como antes era.

A mí me gustaría convertir la ciudad en un campo de margaritas inmenso. Un campo de margaritas donde ir de la mano con alguien especial, para tumbarte a su lado a mirar el cielo y luego cerrar los ojos y respirar profundo y que el único problema cuando abras los ojos sea cuánto tiempo pasar allí, rodeado de flores con el cielo sobre nuestras cabezas.

Ya no creo en los políticos, de hecho hace ya mucho tiempo que dejé de creer en ellos. Ahora solamente creo en nosotros, en los ciudadanos de a pié, en nuestra fuerza que espero que un día unida, pueda callar la boca de todos esos que nos mintieron, que nos dijeron que un mundo mejor era posible y al final lo que tuvimos fue nada, solo recortes. Solo decepción y tristeza. Yo creo en ese otro mundo posible, donde los políticos nos dicen la verdad, y se vacían sus propios bolsillos para que nosotros no tengamos que vaciar los nuestros. Tal vez yo creo en una utopía, pero mientras no nos recorten los sueños sigamos soñando.

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