La excusa nacionalista

21/09/2012

Joaquín Pérez Azaústre diarioabierto.es.

Para quien crea en la casualidad, en la mecánica rubia de un azar que nos lleva a internarnos, suavemente, en las primeras novelas de Paul Auster, es completamente fortuito que la amenaza de la secesión de Cataluña –o Catalunya- se haya producido en el contexto de nuestra peor crisis económica. En medio de este precipicio, en la desolación de un mundo cambiante que, más que caer, se derrumba y se abisma sobre el páramo, los catalanes parecen haber redescubierto o recordado que desean ser una nación, que nada deben al Estado centralista opresor y que, por estar, estarían mejor solos. Y podemos creer en la casualidad, literaria y vital, pero nunca en el azar político: porque seguramente en otra coyuntura, con una situación económica boyante y un Estado con las arcas llenas, ya se encargarían los partidos nacionalistas catalanes, igual que han hecho antes, de negociar mayores partidas presupuestarias con el Gobierno central, gracias a una ley electoral que siempre les ha primado demasiado, a cambio de la necesaria mayoría parlamentaria. Y entonces no querrían separarse, sino permanecer.

Esto ya lo hemos visto. Sólo hace falta contemplar la Historia: no la del catalanismo –una Historia, también, con sus momentos heroicos, entusiastas, felices-, sino la de todo el siglo veinte. En momentos de dificultad económica es cuando más afloran los nacionalismos, radicalizados muchas veces y, también a veces, demasiado cercanos del totalitarismo. El caso de Catalunya –o Cataluña- es mucho más sencillo: simplemente, ante las dos velocidades europeas, ellos quieren subirse a la primera. Esto es algo que no se ha comentado, y puede ser la clave de lo que está ocurriendo en Barcelona desde la Diada: que Artur Mas, y con él una clase política independentista que, con excepciones, se ha visto adelantada por el lado soberanista, aspire a sentarse en el concierto europeo no como región de España –y, por tanto, en el mismo escalafón que Italia y Grecia-, sino en el banquillo de los poderosos, junto a Alemania y Francia.

Otra cosa es respetar los sentimientos de cualquier país, región, comarca, valle, pueblo, aldea o pedanía a autodeterminarse, por más que sobre el mapa geopolítico de hoy la unión, más que nunca, pueda lograr la fuerza. El nacionalismo, amanecido siempre en épocas de crisis financieras, suele tener que ver con un egoísmo enciclopédico, en lo más alejado con cualquier concepto solidario de abrazo entre los pueblos. Pero no estamos ante un problema político, sino de una respuesta ante la crisis.

Artur Mas se plantea España como lastre y así lo está vendiendo en Cataluña. Y quizá sea verdad. Quizá ahora mismo somos, todos, un poco lastre de todos. Pero es que o remamos todos, juntos, o no habrá ningún barco que salvar. Aunque si hubiera un referéndum y saliera positivo, también ellos tendrían que gestionar su propio naufragio.

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