Anotaciones de un superviviente

30/09/2012

Daniel Serrano. Piel roja, última entrega de los diarios de enfermo de Juan Gracia Armendáriz, es un interesantísimo testimonio personal pero también (y sobre todo) un libro de notable altura literaria.

Ilustre enfermo de la literatura en español fue Juan Carlos Onetti, para la historia sombra sepia con pijama, whisky y aspirinas en la mesilla, sábanas sucias y aire de batracio barbado en la foto, página 22 de la revista Interviú. De aquellos lejanos tiempos en que los escritores compartían papel satinado con vedettes desnudas. Hace tantísimo. Me ha venido a la cabeza Onetti porque pretendía disertar sobre enfermedad y literatura pero he trasteado por la red y sólo he hallado obviedades y tonterías y no quería añadir una más. Así que iré al grano. Piel roja, última entrega de los diarios de enfermo de Juan Gracia Armendáriz, es un interesantísimo testimonio personal pero también (y sobre todo) un libro de notable altura literaria.

Juan Gracia Armendáriz escribe bien. Muy bien. Lo cual no es tan habitual como supondríamos en el universo de los escritores, así que (ya de partida) Piel roja tiene a su favor una prosa espléndida, punto primero. Punto segundo: qué entretenida resulta la enfermedad de Gracia Armendáriz. Perdonen la frivolidad. Me refiero a que el autor logra conmovernos a través del relato de sus vicisitudes y su rutina hospitalaria y que convierte en aventura (trágica pero también luminosa) su grave dolencia.

Y me gustan especialmente los episodios familiares referidos al padre, esa figura excesiva y contradictoria, iracunda y heroica. Me quedo con la impactante secuencia en la que Gracia Armendáriz nos muestra cómo (amenazados por ETA) la familia se vio perseguida por dos motoristas y su padre hizo frente a ambos pistola en mano, como un John Wayne solo ante el peligro, blandiendo el revolver con las manos apoyadas sobre el capó del coche.

Estas son las notas de un superviviente. La vida es sobrevivir a las trampas que nos tiende la biología. Juan Gracia Armendáriz sobrevive y nos lo cuenta. Y le acompañamos en su dolor y en sus alegrías y, por cierto, cuánto comprendemos la denuncia de ese protocolo hospitalario tan extendido que consiste en infantilizar al enfermo para convertirlo en un pelele que no moleste, encarcelado en la asepsia de su lecho. Piel roja es una lectura vibrante, impúdica pero tremendamente positiva.

“Él y yo éramos los únicos supervivientes de aquel turno de diálisis de 1986” escribe Gracia Armendáriz y un escalofrío nos sacude.  Una pelea sin tregua. Eso es la enfermedad. Plantar cara y no dar un solo paso atrás.

Cuenta Gracia Armendáriz que en la sala de diálisis los parroquianos  habituales detectan la presencia de la muerte en un camarada mucho antes de que lo revelen pruebas clínicas o exploraciones médicas. La muerte es un estado de ánimo, una plaga de langostas que avizoran quienes la esquivan a diario, enfermos crónicos en lucha por respirar otro día más.

A veces, lo que se cuenta en este diario resulta de una cotidianidad casi vulgar. Un paseo, un viaje en tren, una cena en compañía de amigos. Pero el modo en que se nos relata otorga un tono de calidez al conjunto que no puede menos que emocionarnos. Nos hacemos cómplices de Gracia Armendáriz en su batalla y disfrutamos de lo bien que escribe y la digresión sobre enfermedad y literatura la dejo para otro día. Hoy me limitaré a recomendar vivamente que lean este magnífico libro.

PIEL ROJA. JUAN GRACIA ARMENDÁRIZ. Editorial Demipage. 273 páginas.

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