Huelgas y manifestaciones

19/11/2012

Rodolfo Serrano.

La huelga general es, en democracia, el último recurso para la protesta, el desencanto. Es, probablemente, la única forma de hacer llegar a los políticos el desacuerdo con su gestión. Nunca he creído que la democracia sea sólo un acto cívico cada cuatro años. Y jamás he defendido que el malestar de un pueblo haya de esperar inevitablemente a la próxima cita en las urnas para manifestarse.

 

No encuentro en nuestro sistema otro mecanismo capaz de hacer llegar a quienes ocupan la representación popular el rechazo a una determinada política o comportamiento. Por eso, digo, creo en el derecho constitucional a la manifestación y la huelga. Como instrumentos de control parlamentario, como mecanismo que impida abusos de poder.

 

El pesimismo propio de mi edad, me llevaría a decir a continuación que, en el fondo, manifestaciones y huelgas sirven para poco. Pero no quiero caer en esa tentación. Es verdad que en nuestro país, pocas veces han servido para cambiar las cosas. Aunque sea más verdad que en otros países la clase política sí ha cambiado su rumbo por la presión popular.

 

Huelgas y manifestaciones tienen en sí mismas un valor intrínseco que nunca se valora más allá de la guerra de cifras. Ambas acciones sirven, sin duda, como toma de conciencia de los ciudadanos de que algo no va bien. Hasta el mismo presidente de Gobierno ha reconocido, probablemente muy a su pesar, de que existe un malestar social provocado por las medidas adoptadas. Nunca ese malestar hubiera salido a la luz sin huelgas y manifestaciones.

 

Ante la corriente –tan fácil de la derecha y de la izquierda- de desprestigiar a los sindicatos, habría que preguntarse qué sería de este país sin organizaciones capaces de encauzar la protesta ciudadana. Es una lastima que en la memoria colectiva no haya quedado impresa la idea de que las conquistas sociales, hoy en plena regresión, han sido producto de la lucha, el diálogo y el esfuerzo de esas mismas organizaciones hoy tan denostadas. Y que, posiblemente, gracias a  ellas el desmantelamiento de todo un sistema no haya sido total.

 

Creo, pues, en una democracia que permita y escuche la protesta. En una democracia que no se limite al voto cada cuatro años. En una democracia que valora a cada ciudadano individualmente, en sus esperanzas y en sus luchas.

 

De esa conciencia escribió hace años Antonio Machado. Leámoslo de nuevo. Leamos estas frases sobre la cultura que hoy se ve amenazada:

 

Enseñad al que no sabe; despertad al dormido; llamad a la puerta de todos los corazones, de todas las conciencias; y como tampoco es el hombre para la cultura, sino la cultura para el hombre, para todos los hombres, para cada hombre, de ningún modo un fardo ingente para levantado en vilo por todos los hombres, de tal suerte que tan sólo el peso de la cultura, pueda repartirse entre todos; si mañana un vendaval de cinismo, de elementalidad humana, sacude el árbol de la cultura y se lleva algo más que sus hojas secas, no os asustéis. Los árboles demasiado frondosos necesitan perder algunas de sus ramas, en beneficio de sus frutos. Y a falta de una poda sabia y consciente, pudiera ser bueno el huracán.

 

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