La muerte del payaso (Miliki ante la crisis)

19/11/2012

Joaquín Pérez Azaústre.  

Yo no sé si Miliki era o no buena gente, y no me importa mucho. Tampoco tengo claro que haya que hablar ahora de Miliki, por más que se haya muerto y que otra vez, al recordarlo en la televisión, hayamos vuelto a ver sus actuaciones, ese “Había una vez… Un circo”, que era la promesa de una fábula, la concatenación de unas imágenes plenas de dinamismo, de emoción, de la risa más pura en unos niños. Nadie me ha sugerido, lo prometo, escribir de Miliki: y sin embargo cómo no intentarlo, cómo no acercarnos, una vez, quizá una última vez, a ese “Había una vez”, a ese primer arranque narrativo de la imaginación, con aquellos tipos vestidos con largas camisolas rojas, pantalones azules, grandes zapatones, gorros estrambóticos y nombres muy sonoros.

Estoy cansado de hablar de la crisis, y más cansado aún de escribir de ella. Hasta hablando de Miliki sale otra vez la crisis, porque esta España de hoy, que muere con Miliki en la retina de su recuerdo intacto, no sólo es muy distinta de la España de ayer, la de “Los Payasos de la Tele”, sino una consecuencia de aquel tiempo. Algo no se hizo bien, o demasiadas cosas se hicieron voluntariamente mal, mientras los niños de entonces escuchábamos extasiados La gallina Turuleta, para que la ilusión de aquellos días, las avenidas anchas que pedían una libertad, una amnistía, haya terminado convertida en la cacerolada colectiva de una ciudadanía que se sabe timada legalmente.

No sé si fuimos inocentes por un tiempo, pero el caso es que ahora no lo somos. Ni los niños de hoy, crecidos entre los vómitos verbales de Belén Esteban y toda la caterva que la explota, que la jalea como a un perro de presa al que después colgarán, para seguir filmando su ahorcamiento. Pienso en los niños de entonces, en el país de hoy. Pienso en la figura de Miliki, del que ahora dicen todos que era un muy buen tipo.

Quizá también nosotros éramos entonces buenos tipos. Ahora no lo somos. O por lo menos, no son nuestras mejores vibraciones las incentivadas desde el poder. Hay que proteger a los bancos. Hay que proteger la ley hipotecaria, por más que sea injusta, abusiva y cruel. Miliki, hace treinta años, me hizo muy feliz. Muere en un tiempo triste.

Descansará en paz: la muerte del payaso nos arroja su recuperación sentimental.

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