Cuando el eximente es agravante

12/01/2013

Germán Temprano.

Cuando la ley se convierte en parapeto de la indecencia política todo eximente acaba convertido en agravante. Simplemente no se entiende el chanchullo al amparo de la legislación vigente. Si por toda justificación se esgrime que quien privatizó durante su gestión un servicio público hoy puede lucrarse ya de él porque han pasado dos años es que el estado de derecho se entiende como el derecho a hacer lo que me dé la gana si las fechas cuadran. Una perversión del sistema que convierte en antisistema precisamente a quienes dicen defenderlo. No hay fecha de caducidad para la ética porque tiene que ver con la conciencia, no con la normativa en curso. Y por ello no se trata tanto de ampliar la cuarentena que impide a un gestor dedicarse a otras actividades privadas relacionadas con su cargo. Se trata de que quien fue servidor público sepa que no está para servirse de lo público. Seguramente obedece a una confusión semántica ya que suena parecido pero no tiene nada que ver.

Ya puede el presidente González atribuir el negocio de Güemes al libre mercado que el libre pensamiento suele poner las cosas en su sitio. No hay boletín oficial lo suficientemente grande para tapar según qué vergüenzas. Y ésta lo es en grado superlativo por lo que tiene de burla a unos ciudadanos asfixiados por la crisis que ven atónitos cómo se enriquecen aún más los espabilados de siempre. Cuando el beneficiado nos llama tontos en las redes sociales le asiste toda la razón. Sobre todo cuando uno se compara con listos como él. Eso sí, un tonto cabreado tiene tal peligro que hasta es capaz de cambiar su voto. Es comprensible que, visto lo visto, el PP se duerma en los laureles de sus triunfos y considere que, pase lo que pase, siempre se vuelve al redil. En ese caso, nada descabellado, habrá que colegir que la pelota del problema ha pasado del tejado de ciertos políticos al de millones de votantes.

Sin obviar que el recurso al mal menor no es ajeno, al menos en el caso de la Comunidad de Madrid, a una falta de proyecto sólido de quien podría aglutinarlo a día de hoy desde otras posturas ideológicas. La decisión de los socialistas madrileños, en concreto de su líder Tomás Gómez que no viene a ser lo mismo, de presentar un recurso contra el ‘recetazo’ (ese que, por lo que dice Ignacio González, convalidan también las urnas aunque no iba en el programa) ha devenido en un sainete poco alentador para el optimismo.

Dicen que las prisas son para los malos toreros aunque ciertas y persistentes actitudes demuestran que no sólo para ellos. El afán de notoriedad, la desmesura en el encantamiento de sí mismo, el querer estar al plato, a las tajás y al postre, esos volantazos que te hacen competir en su día a codazos con Esperanza Aguirre por quitar el impuesto de patrimonio y luego clamar por su regreso, como si fuera algo sujeto a la coyuntura en vez de la ideología, ese ver con unos ojos las privatizaciones cuando eres alcalde y con otros distintos cuando eres candidato, ese pedir dimisiones a tus compañeros por fracasos electorales cuando los tuyos  te parecen poco menos que una anécdota… En fin, esas cosillas sin importancia que, francamente, no ayudan aunque seguro que el PP no piense lo mismo

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