Carta a Telefónica (sobre Rodrigo Rato)

15/01/2013

Joaquín Pérez Azaústre.

Queridos amigos de Telefónica: enhorabuena por el fichaje de Rodrigo Rato. Si lo que buscabais era sacudiros la rutina, salir de la molicie retadora del sosiego diario, de la seguridad crónica, del saneamiento interno, habéis acertado. Con Rodrigo Rato no os vais a aburrir, eso lo podéis tener claro. Tampoco vais a dormir: porque si su opinión cuenta en la empresa como ha contado en Bankia, los beneficios de Telefónica van a comenzar a dispararse, las acciones a subir, mientras proliferan ciertas fotografías triunfalistas frente a los medios de comunicación y se dinamitan varios miles de empleos; lo que supone un estado de hiperactividad, y de sensibilidad extremada, que no sólo trastoca esa calma inherente a todo sueño, sino que dificulta el ritmo de la vida.

No hablamos de un político cualquiera, sino del creador del “milagro económico de España”, que era, en realidad, “la burbuja inmobiliaria”, que tanto nos ha costado, nos está costando y nos costará. Esto no se ha repetido aún lo suficiente, no se han escrito columnas suficientes, porque todavía hay mucha gente que imagina a Rodrigo Rato como la gran esperanza del PP, un cerebro económico muy superior a Guindos o a Montoso y todo un estadista que, algún día, acudirá a rescatarnos de nosotros mismos.

Por ahora, nos han tenido que rescatar a nosotros de Rodrigo Rato. Tras dimitir, todavía inexplicablemente, de su cargo de presidente del Fondo Monetario Internacional, dejando a España en ridículo y protagonizando un informe posterior del propio FMI que analizaba lo “desastrosa” de su gestión, comenzó a cobrar un suelo de  200.000 euros anuales como asesor del Banco de Santander, más otros tantos procedentes de La Caixa, antes de convertirse en presidente de Caja Madrid. Hacedor de otro “milagro económico” creando Bankia, con todo ese activo venenoso que ha llevado al desastre doméstico a unos cuantos miles de familias españolas, volvió a figurar en las portadas de los periódicos como el sabio financiero, el halcón milenario de los bancos.

Recordémoslo otra vez: sólo en 2011, Rodrigo Rato ganó 2,4 millones de euros como presidente de Bankia. Poco después se descubriría que la maravilla de Bankia no era tal, la Audiencia Nacional imputaría al propio Rato por cuatro delitos –falsificación de cuentas, administración desleal, maquinación para alterar los precios y apropiación indebida- y un ERE salvaje plantearía el despido, en la misma Bankia, de 4.900 trabajadores. Mientras lo juzgan, todas esas familias a la calle. Mientras lo juzgan, Telefónica lo ficha por otro nuevo sueldo millonario. España, España, mi querida España, esta España nuestra que cantaba Cecilia, ha encontrado por fin a su hombre-símbolo. Símbolo, síntoma o causa de nuestra interior debilidad, de nuestra tendencia a encumbramientos de dudosa estirpe –recuérdese el caso de otro alquimista financiero, otro tiburón de los negocios reconvertido, hoy, en inquietante ideólogo: Mario Conde-, de la celebración sin argumentos, Rodrigo Rato, el gran Rato, es abrazado hoy por Telefónica, la misma empresa que él privatizó, sin mutar su semblante de satisfacción.

En un país decente, un hombre con esta trayectoria habría desaparecido de la vida pública –al menos, hasta aclararse sus cuatro imputaciones-, y no iría por ahí alardeando de lo que no posee: una brillantez en la gestión. En un país decente, los ex  consejeros de una comunidad autónoma no ganarían sueldos millonarios de las empresas que favorecieron durante su gestión. Pero eso sería, claro, en un país decente.

Así que ánimo, chavales. Estamos en España. Trabajáis –hoy por lo menos- aún en Telefónica. Y ahora Rodrigo Rato, el gran Rato, tiene tiempo de sobra para pensar en vosotros.

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