Y tú más; sí, hombre

19/01/2013

Germán Temprano.

Es fácil ponerse en la piel de un vecino a quien le quitan las urgencias en su pueblo mientras a quien fue tesorero del partido que lo decreta le encuentran más de veinte millones de euros en Suiza. Más sencillo es aún por recurrente tildar de demagogia lo que no deja de ser la desoladora realidad de una corrupción contra la que no vale como atenuante la aritmética. Que el número de políticos enfangados sea menor que el de quienes no lo están sólo es el consuelo de aquel que pretende tapar sus vergüenzas por la vía de la obviedad. Faltaría más. Y ello incluye al líder del PP que ha vuelto a recordar que muchos responsables de lo público cumplen con su función ¿Y? Si hemos llegado al punto, y si no es así poco debe faltar, de que sea un mérito curricular resistirse a la tentación del choriceo apaga y vámonos. Con todo, a los que tenemos una cierta edad, pese a los achaques de la memoria, así, a bote pronto, se nos viene aquel “ni Flick ni Flock” de Felipe González que vino a abrir la veda a un serial de casos llámense Filesa, Casinos, Naseiro, Sóller, Pallerols o Gürtel.

Y sólo es una muestra que recoge las tramas más sonadas de financiación irregular de los partidos. En concreto, para ser rigurosos, del PP, PSOE, CiU y Unió. Ha habido más. Que se supieran y que no. Por tanto, con el mismo énfasis corporativo que el señor Rajoy pone en defender a los suyos se podría apuntar que hay tramas que se han descubierto y otras que, probablemente, no. Es decir que hay aritmética para todo. Lo que si habría que recordar es que fue el mismo presidente del Gobierno, en tareas propias de su partido, quien con más ardor y paciencia, pues apuró hasta el límite y más, se partió la cara por Luis Bárcenas. Algo que, como era previsible, no ha sido óbice para que en el cónclave almeriense haya presumido como el primero de que quien fuera responsable de las finanzas en Génova ya no esté en el partido. Que no en la sede ya que, si alguien no dice lo contrario, hasta ayer como quien dice tenía despacho, chófer y secretaria. Un gesto superlativo de hospitalidad por parte del Partido Popular para no querer saber nada de él.

Como ya bastante nos engañan tampoco convendría que nosotros mismos lo hiciéramos. En este país, de no ser por el efecto amplificador de la crisis, las corruptelas hubieran pasado delante de nuestras narices con mayor sordina, como ha ocurrido casi siempre. Ese dinero negro que algunos espabilados exportan a Suiza con la misma facilidad que si fueran mandarinas valencianas es sustancialmente idéntico al que se genera cuando se renuncia a una factura para ahorrarse unos euros. Cierto es que cambia la magnitud, pero no tanto el espíritu. A veces no es cuestión de que falte voluntad para incumplir la ley sino tan solo posibilidades para hacerlo. Esa laxitud en las fechorías económicas y fiscales, que no dejan de ser un perjuicio para todos en forma de menos equipamientos o servicios, ha posibilitado que el coste electoral haya sido mínimo por mucho que unas minorías se hayan echado las manos a la cabeza.

Hoy, por mor de las estrecheces de la gran parte de los ciudadanos, estos casos adquieren un carácter hiriente que de ningún modo alivia la reacción de los partidos más salpicados por esta lacra. Así, ese “no me temblará el pulso” de Rajoy viene a ser el penúltimo eslabón de una cadena de compromisos grandilocuentes, anuncios de pactos de estado, consensos inalcanzados y demás monsergas que tratan de esconder con esa prosopopeya la oquedad del discurso. Si de verdad se quisiera atacar la raíz del problema se podría, por ejemplo, acordar que aquellos delitos que tengan que ver con el saqueo del patrimonio público o no tengan prescripción o la tengan muy por encima de los  cuatro años actuales. La tibieza de Alfredo Pérez Rubalcaba frente a este caso, sin ni siquiera admitir preguntas al respecto, craso error en alguien que pasa por ser tan inteligente, delata la costosa factura que se cobra el pasado. Lo que viene a ser el “y tú más” al que hay que sumar desde ya ese “sí, hombre”. Pocas palabras que, sin embargo, dicen mucho de la altura del debate.

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