El seductor Juan José Güemes

21/01/2013

Joaquín Pérez Azaústre.

Hoy vamos a hablar de Juan José Güemes, que seguramente representa como nadie el oficio de político entendido a la inversa: no cómo servicio público, sino como beneficio personal. “Soy un seductor. Tengo un don natural para agradar a la gente”. Lo afirmó el propio Güemes, hace cuatro años, en una entrevista. Como manera de llegar a cualquier parte, puede ser tan válida como cualquier otra. Como lema de una carrera política meteórica avalada por Rodrigo Rato-Bankia –no olvidemos aún su apellido bancario, porque el gran Rato se lo ha ganado a pulso- y Esperanza Aguirre, coronada con su dimisión reciente, es toda una declaración ética que se hace honor a sí misma.

La carrera es similar a la de otros lobeznos dentro del PP: licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad Complutense de Madrid y Master en Mercados Financieros por el Instituto de Estudios Superiores de la Universidad San Pablo C.E.U., entre 1993 y 1994, con apenas 24 años –esto es, sin apenas experiencia laboral-, fue responsable de Economía en la Asesoría Parlamentaria del Grupo Popular en el Congreso, y dos años después fue incorporado como asesor parlamentario en el Gabinete de Rodrigo Rato-Bankia cuando era Vicepresidente Segundo del Gobierno y Ministro de Economía y Hacienda. De ahí al cielo, o de Madrid al cielo: Director Adjunto del Gabinete de Rodrigo Rato-Bankia en 1998. El resto es historia: Secretario General de Turismo, diputado del Grupo Parlamentario Popular en la Asamblea de Madrid, Consejero de Empleo y Mujer y, finalmente, Consejero de Sanidad. Y a partir de ahí, a privatizar. A despojarnos de servicios de titularidad pública -sin las imprescindibles garantías, y sin evaluaciones posteriores externas certificadas para probar que la calidad de dicho servicio no se ha resentido y el precio, tal como se asegura, es verdaderamente más barato- beneficiando intereses de empresas privadas.

Así, mientras fue Consejero de Sanidad, adjudicó la gestión de los análisis clínicos de seis hospitales madrileños, más los de 250 centros de atención primaria, a la unión temporal de empresas BR Salud. Fue en enero de 2013 cuando el 55% de BR Salud fue adquirido por Unilabs. Ahora, dos años después de su desaparición temporal de la vida pública, había fichado, cómo no, por Unilabs, de donde acaba de dimitir.

Dice Esperanza Aguirre que no entiende su dimisión, y yo entiendo que ella no la entienda. La medida es más cosmética que ética, porque ética, lo que se dice ética, no ha demostrado Güemes al contribuir al desmantelamiento de la sanidad pública en Madrid para provecho suyo posterior, entrando como consejero en la empresa que se benefició de su gestión. Ya le darán otros consejos de administración. Ya le pagarán.

Tiene un don natural para agradar a la gente. Él lo sabe y nosotros también, o sabemos que lo piensa de sí mismo. Un político que entiende su trayectoria como el relato de una seducción. O sea, un político de altura: a la altura que tenemos hoy aquí.

Si todavía conservamos cierta fe en el sistema de representación, habría que legislar, de forma imperativa, la ilegalidad del beneficio privado de la gestión de los recursos públicos. En primer lugar, lo privado no es más rentable que lo público: sobre todo, si los informes encargados para determinarlo, a instancia del Ejecutivo de turno, no son contrastados con informes distintos. En segundo lugar, privatizar lo público –o sea, quitárnoslo, sin las imprescindibles garantías que acrediten, con posterioridad, la eficacia y eficiencia del cambio-, no deja de ser un robo legalmente instituido, y como tal debiera ser tratado. Y en tercer lugar, no debería dejarse al arbitrio de un ex Consejero de Sanidad la decisión de si trabaja, o no, en la empresa que privilegió, directa o indirectamente; tendría que ser ilegal, abusivo en Derecho, por beneficiarse de una gestión, y de una información, que no son patrimonio suyo, sino de los ciudadanos.

Lo peor de todo esto es que es perfectamente legal. Tanto como la devastación del Estado Social y de Derecho, que tanto ha enriquecido a muchos sinvergüenzas.

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