La democracia y la comedia humana

29/01/2013

Joaquín Pérez Azaústre.

Si cada nuevo caso de corrupción política fuera una novela –en el fondo, lo son-, no tendríamos tiempo de leer tanta novedad editorial. Sería como adentrarnos en La comedia humana de Balzac, pero empleando varias vidas para hacerlo. Nuestra ya no tan joven democracia acumula suficientes escándalos internos como para oscurecerse en varias vidas sucesivas, como si la dimensión de cualquiera de nuestros logros civiles estuviera destinada, por imposición del guión de nuestra debilidad, a verse ensombrecido por escándalos mayores. Se potencia así un distanciamiento entre la población y los representantes de la soberanía que, no por repetido, es menos peligroso para la convivencia. En estos momentos, nada es más sencillo que lanzar el mensaje de que la democracia, como sistema de administración de nuestro derecho a decidir sobre nosotros mismos, no es un sistema tan bueno como pudimos consensuar en 1978; con lo que, visto lo visto, y sobre todo sufrido lo sufrido, se pueden plantear otras propuestas.

El asunto no es nuevo: ya lo vivió Europa en el período de recuperación de la crisis económica posterior a la Gran Guerra, sobre todo en Alemania, que también entonces marcaba los destinos de los demás países. Stefan Zweig vio caer todo su sistema de derechos, pero también la vida en que creyó: una Europa unida, sin fronteras, en la que era posible viajar sin pasaportes, la Europa de la ópera, de la gran poesía simbolista en París, fue la Europa de Proust y Baudelaire, pero también la suya, de Hölderlin y Rilke. El totalitarismo estaba agazapado en el vientre dentado de la mediocridad rasante de unos cuantos, pero tardó poco en propagarse: siempre ha resultado más sencillo multiplicar la mediocridad común que buscar la excelencia.

Así estamos ahora por aquí: en la mediocridad abarcadora, y además ilegal, de demasiados casos de corrupción vinculados al poder político. Aunque la presencia del PP en los de mayor cuantía económica puede parecer mayoritaria, tendríamos que estudiar la situación como un fenómeno generalizado, y también permitido, con una democracia que aún no cuenta con las suficientes garantías y mecanismos de control no sólo para contener las conductas ilegales, sino también para restringir prácticas legales sobre el papel, pero inmorales a la vista de cualquiera. Estará bien un pacto entre los dos partidos por el empleo. Pero ¿cuándo una nueva Ley de la reforma política, que ponga sobre el papel nuestros riegos visibles e invisibles en el ejercicio de la representación?

Cuando la corrupción es general, queda claro que el sistema es lo que falla, porque la permite, y hasta podríamos decir que la fomenta. La fragilidad de la condición humana, la deseada honradez de los políticos, mejor se la dejamos a Balzac. Aquí hay que crear unos mecanismos de control que hagan que la corrupción resulte, si no imposible –en España, en esto, sí que somos emprendedores-, al menos no tan al alcance fácil de la mano de cualquiera. Si los dos principales partidos no se ponen con esto, estarán poniendo en serio riesgo la continuidad de nuestra tan imperfecta democracia. Y si la democracia cae, también caerán con ella sus agencias de empleo.

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