El timo de las ILP

12/02/2013

Josep M. Orta.

Manuel Fraga, cuando lideraba la oposición, gustaba decir de los socialistas que “sólo aciertan cuando rectifican”. El PP cambió el sentido de su voto en el último momento y respaldó la Iniciativa Legislativa Popular sobre los desahucios. En un claro ejercicio de “donde dije digo, digo Diego” evitó quedarse sólo con su mayoría absoluta en el Congreso y una aplastante minoría en la sociedad. Las justificaciones que dieron para colgarse esta medalla, por caridad, mejor obviarlas.

Hay que celebrar que la presión de la calle les haya hecho variar de opinión y el proyecto se pueda tramitar en el Congreso. Lo que es alarmante es la misma regulación de esta figura legislativa. Que una propuesta que viene avalada por más de un millón cuatrocientas mil personas puede irse directamente a la papelera por la voluntad de una mayoría de diputados es alarmante para la democracia.

La posibilidad de que la Cámara pueda negarse siquiera a debatir un tema que proponen miles de firmas es simplemente alarmante. Y ello sirve tanto para los toros, los desahucios o cualquier otra propuesta.

Esta prepotencia que demuestran algunos hacia el desprecio de unas iniciativas que han movilizado amplios sectores sociales recogiendo firmas merece, como mínimo, la delicadeza de tramitarse, si no es un desprecio al grupo de personas –más o menos importante, más o menos significativo- que reclama que se estudie un determinado tema. Aunque sólo sea por el esfuerzo realizado para recolectar el número de adhesiones que requiere lograr tramitar esta petición merece una respuesta algo más cálida que una simple votación (normalmente negativa).

Y normalmente las iniciativas surgidas en el pueblo para proponer leyes son temas candentes, que según las encuestas oficiales coinciden con los principales motivos de preocupación de los ciudadanos. Por ello es alarmante comprobar que normalmente la oposición las respalda y la mayoría que apoya al gobierno las rechaza (y ello sirve tanto para el Congreso como para los parlamentos autonómicos).

El divorcio entre la clase política y la sociedad cada día es mayor y la desafección puede llevar a la impotencia y de ella a otras situaciones que se sabe como empiezan pero es muy difícil augurar como acaban.

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