En el partido de tenis del miércoles, San Benigno, sobre tierra batida en el Congreso, repartieron raquetazos Rubalcaba, Soraya Rodríguez e incluso Eduardo Madina, y les devolvieron las pelotas con el consabido desparpajo Rajoy, Soraya Saénz de Santamaría y Ana Mato. Quizá esta última, de tonalidad tostada de invertebrado tendido al sol, no anduvo sobrada de fuerza frente a Madina, lo que no quita para que su jefe diga que “lo está haciendo muy bien” y no la piensa cambiar, y ella añada que lo de dimitir está bien para el Papa, que es un señor muy mayor.

El material o aleación de la pelota (no confundir con la famosa bailarina que acompañó por muchos años a Enrique Morente) fue el mismo de las últimas semanas: Bárcenas, gurtélidos, cobros nicomédicos (por detrás). Pidió Rubalcaba a Rajoy que se retire y de paso a otro presidente menos perjudicial para España, y le contestó Rajoy: “Usted tiene tantos problemas en su grupo que le obligan a hacer estos papelones” y le devolvió la bola: “Haga el mismo ejercicio de transparencia que yo, publique las cuentas de su partido y las suyas, y cuando lo haga, a lo mejor tiene autoridad moral para decir algo”.

Siguió entre Sorayas el pin pan pun y cuando llegó el turno de la exesposa del excalde de Pozuelo (Madrid) y exempleado de la sede nacional del PP desde el lunes pasado, Jesús Sepúlveda, negó haber recibido regalos ni fiestas de cumpleaños para los niños con muchos payasos y abundancia de confetti. Tampoco, si vamos al caso, el hecho de que el PP pagara a plazos la liquidación de 400.000 euros al extesorero Luis Bárcenas, ya de suyo forrado, según los saldos de las cuentas que tenía en Suiza, es para alarmarse tanto. Los ejecutivos tienen un precio, y el hábil Bárcenas también.

Así quedó el partidillo, con Gallardón prometiendo a la socialista Valenciano que va a hacer caso a la Defensora del Pueblo, Soledad Becerril, y suprimir las tasas judiciales a las mujeres maltratadas en los trámites de divorcio y, acaso, a los trabajadores en la primera instancia de lo social y, por supuesto, a los desahuciados de su vivienda por insolvencia sobrevenida, pues rectificar es de sabios y el ministro espera a saber y entender mejor la justicia de la que emana (es fiscal por oposición).

A la espera de que el debate sobre el estado de la nación aborde, la próxima semana, decisiones de fondo sobre la improbidad política y sobre el empleo y la economía, no puede el cronista dejar de reseñar la oportunidad que perdió el martes el líder del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, de cantarle las cuarenta al presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, sobre la asfixia financiera a la que nos tienen sometidos injustamente. Pero Rubalcaba ni siquiera apareció por el Congreso.

Tenía la oportunidad de debatir a puerta cerrada, por decisión absurda del presidente de la Cámara, Jesús Posada, con el presidente del BCE sobre las políticas de “austericidio” que están matando a los españoles; de decirle al señor Draghi que este país ha perdido 850.000 empleos el último año como consecuencia de una política errónea y equivocada de austeridad a ultranza. De aclararle que no podemos compartir la destrucción del Estado social –también llamado del bienestar– en aras de los voraces intereses especulativos que nos imponen un proceso draconiano de consolidación fiscal.

Tenía asimismo, Rubalcaba, la oportunidad de señalarle en el templo de la soberanía nacional (el presidente Rajoy lo recibió en La Moncloa) que hay defectos fundamentales que tiene que arreglar la autoridad monetaria, como la insuficiencia de la financiación de la banca nacional, sobre todo, hacia las empresas productivas; de animarle a tomar nota de lo que está haciendo la Reserva Federal y el Banco de Inglaterra, financiando a la banca nacional con la condición de que el dinero vaya directamente a mejorar la inversión productiva. Y aunque el portavoz socialista de economía, Valeriano Gómez, no se cortó un pelo, Rubalcaba demostró una lamentable falta de reflejos.