El túnel al final de la luz, ansiosa pregunta de viajero

15/02/2013

Miguel Ángel Valero. La Fundación Mapfre expone ocho décadas de trabajo del artista mexicano Manuel Álvarez Bravo

La Fundación Mapfre comienza fuerte el año. Expone hasta el 19 de mayo en la Sala Azca (centro comercial Moda Shopping, Avenida General Perón, 40, de Madrid) 152 fotografías (algunas, inéditas) y cinco proyecciones cinematográficas inéditas de Manuel Álvarez Bravo. Este artista mexicano (1902-2002) es poco conocido en España, pero está considerado como uno de los fundadores de la fotografía moderna. Aunque su obra es fundamental para comprender el México del siglo XX, Manuel Álvarez Bravo huye del tópico y del tipismo. No tiene nada que ver con Cantinflas.

Sus fotografías muestran las profundas transformaciones sufridas y vividas en México desde la Revolución de 1910. Sobre todo, el abandono progresivo de la vida rural y de las costumbres y tradiciones ligadas a ésta, y la irrupción de una cultura asociada a la vorágine de la ciudad.

El ojo piensa, el pensamiento ve”. Esta frase del también mexicano Octavio Paz (“Cara al tiempo”) es citada por Manuel Álvarez Bravo en su “Cuaderno de notas”. Autodidacta de la fotografía, habla de contemplar ésta como la “ansiosa pregunta de viajero” y de que muestra “el túnel al final de la luz”. Su obra también explora el silencio. Su fotografía más conocida, “Obrero en huelga, asesinado” (1934), muestra un muerto que parece estar vivo.

Ninguna fotografía puede contar porque ninguna transcurre: la narración es un función que depende del tiempo”, explica la comisaria de la exposición, Laura González-Flores, en la magnífica presentación a la obra de Manuel Álvarez Bravo editada por la Fundación Mapfre con motivo de la muestra. “En la fotografía las cosas están, no pasan”, subraya.

Lo más impactante en las fotografías de Manuel Álvarez Bravo es el discurso poético que subyace en ellas, la interrogación que hace sobre la relación entre imagen y lenguaje. Es su contribución a la fotografía moderna.

Ocho caminos

La exposición se articula en ocho rutas, que corresponden con sendos verbos: formar, construir, aparecer, ver, yacer, exponerse, caminar, y soñar. Las primeras obras se centran en la búsqueda de la fotografía “pura”, con formas que tienden, bajo la fuerte influencia de Picasso, a la abstracción. En 1931, Manuel Álvarez Bravo gana el concurso patrocinado por la cementera La Tolteca con “Tríptico cemento-2”. Esta obra, que gira en torno a la idea de construcción, está considerada como la entrada de la estética moderna en la fotografía mexicana.

La tercera fase está centrada en la ciudad de México: letreros, señales, maniquíes, reflejos en escaparates, espejos y cristales. Son imágenes chocantes, muy influidas por la teoría del montaje fotográfico. Una de sus obras más características es “Parábola óptica” (1931): tomada desde la perspectiva del transeúnte, muestra el escaparate de una óptica con un letrero oval colgante, que contiene un ojo. La visión, simbolizada en el ojo, se multiplica a través de reflejos, es un elemento inestable, subjetivo, onírico.

En muchas de sus fotografías, la cámara del artista mexicano se convierte en un espejo en el que la persona retratada (en ocasiones, sin darse cuenta) se exhibe. Hay una tensión entre lo que se muestra y lo que se ve, la dialéctica de la visión. Manuel Álvarez Bravo es un artista al acecho, un cazador de imágenes. Es el mundo el que se mueve, no el fotógrafo, que permanece siempre alerta.

Conclusión: la fotografía es una imagen frágil, delicada, perecedera, que deviene en poesía, y sólo capta el incierto paso del ser humano por la vida.

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