¡Mongoles todos!

23/02/2013

Daniel Serrano. Llevar el Mongolia bajo el brazo supone hoy en día lo mismo que fue para nuestros venerables ancestros exhibir El país en la cafetería de la facultad al lado del paquetito de ducados.

O sea, un modo de ligar con chavalas de ánimo insurgente y poncho mejicano o bien la forma de entablar excelente conversación con un camarada de discrepancia o (aún mejor) la manera enervar al portero bigotudo que en su garita consume 13TV y hurga en lo más recóndito de su dentadura con un palillo hediondo mientras musita invectivas contra los rojos, los homosexuales y Javier Bardem. La frase me ha salido muy larga pero seguro que me entienden.

Me refiero a que cada época tiene su cabecera de referencia y Mongolia es la nuestra. Y a mí me apasiona porque, aparte de pasarse por el forro cualquier corrección política, los agitadores mongoles publican en papel del que antes se utilizaba para envolver las pescadillas y dejan con cara de idiotas a todos los sepultureros de la prensa impresa, que dan conferencias en Cincinnati y tratan de que nadie les recuerde cuando lanzaron vibrantes soflamas acerca del futuro triunfante de Second Life.

Y todo esto se lo cuento a ustedes porque ahora tenemos El libro rojo de Mongolia y esto ya es la Biblia en verso. Una preciosidad, una obra maestra, Petete revisitado, el Larousse de nuestro tiempo. “Por fin sabrá por qué los trogloditas pintaban en las paredes, por qué los egipcios andaban tan raro o por qué a los franceses les sentó tan mal la toma de la Pastilla” leemos en la contracubierta, lo cual nos da idea del tipo de mezcla de chiste malo muy bueno, humor naif, barbarie, gamberrismo y literatura pop que practican estos argentinoespañoles o así.

El libro rojo de Mongolia se mete con el Rey, con los políticos, con Iker Jiménez y para colmo incluye una entrevista apócrifa al líder de The Doors rebautizado a mala uva como Jim Morrisey. Resulta imposible hacer una cita de las que tanto me gustan para que se hagan una idea del nivel de humorismo cafre que se halla en este volumen exquisitamente encuadernado. Hay que verlo para leerlo. Porque, claro, luego están las ilustraciones, los fotomontajes chuscos, las grafías tan cucas.

El humor es algo muy serio, amigos, y escribo estas líneas antes de irme a derrocar al gobierno y creo que portaré en alto este Libro rojo de Mongolia encabezando a las turbas. Si no logro mi objetivo, al menos me reiré y pasaré la noche entretenido tras las rejas.

Mongolia nos ha confirmado que lo imposible no existe, que un libelo con portadas descacharrantes puede convertirse en un éxito de ventas, que todavía hay quien aguarda contenidos que llevarse a la boca y los busca de quiosco en quiosco y que (tal vez) si la gente ha dejado de comprar periódicos es (entre otras cosas) porque se han convertirdo en elementos fósiles con tufo a establishment por los que no merece la pena pagar un euro y pico. (Y conste que yo sí me gasto mis euretes y creo que todavía merece la pena leer a muchísimos camaradas gacetilleros).

En fin, sin más les recomiendo que acudan en masa a las librerías y se hagan con un ejemplar de El libro rojo de Mongolia, que provoca risa y atenúa la ira que todo ser humano corriente y moliente incuba en estos tiempos convulsos. He dicho.

El libro rojo de Mongolia. Reservoir Books. 318 páginas.

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