Carta de un golpista

24/02/2013

Germán Temprano.

No ofende quien quiere sino quien puede, pero, aún así, la democracia es demasiado importante para dejarla en manos de cualquiera. A veces, y es el caso, ante las palabras necias hay que tener los oídos atentos para que, como tanto gusta ahora decir en el Partido Popular, cada palo aguante su vela. No será así ya que, por el momento, ni siquiera ha mediado una mínima disculpa. Llamar golpistas a decenas de miles de ciudadanos debería costar la dimisión fulminante de quien perpetra ese imperdonable insulto. Hay recortes de libertades que no justifica la crisis y previsiones de ética y moral política que no elabora ningún organismo internacional. Se deberían suponer en un cargo público que cobra su salario gracias a aquellos a los que ultraja.

Lejos de ello es más que probable que Salvador Victoria haya recibido los jaleos de su propio partido mientras en otros países hay ministros que dejan el cargo simplemente por copiar parte de su tesis. Su encomiable hazaña se traduce en acusar de insurrectos a las víctimas de sus tropelías en sanidad, educación o vivienda por salir a la calle a reclamar lo que es suyo. Con toda la legitimidad. La misma o más que no tiene quien se llena la boca con ella para atrincherarse en un gobierno que ha engañado a los ciudadanos que confiaron en él ¿En qué pagina del programa electoral estaba el euro por receta, por ejemplo? Y tantas y tantas cosas. Ese bagaje no es óbice para que el número dos de Ignacio González, que también es número uno en este tipo de chulerías aritméticas, hago lo que quiero que para eso han votado a mi partido más que a ninguno, se permita dar lecciones a los demás de libertad y democracia.

Menos cuando proceden de quien la entiende como mera coartada para mandar de cuatro en cuatro años y no como un sistema que se debe cuidar a diario en pro del interés general. No es casual que los parlamentos estén vallados por quienes gobiernan cuando hay un muro infranqueable entre la sordera de quienes redactan los decretos y el clamor de quienes los padecen. Si va contra el sistema evitar que una anciana de ochenta años se quede en la calle por la codicia de esos bancos que engordaron con sus engaños hasta que la crisis estalló en nuestras narices, que no en las suyas, habrá más antisistema de los que podrán soportar. Simplemente porque la injusticia, en tiempos de escasez para muchos y de bienestar para los de siempre, acaba por ser una espina de  muy mala digestión para los gobiernos. No olviden que si su falta se sensibilidad social parece no tener límites, la paciencia sí.

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