Las cruces de Rubalcaba y Rajoy

27/02/2013

Luis Díez.

El debate del estado de la nación parió ratoncito: unas resoluciones mínimas sobre el empleo juvenil, que además de temporal podrá ser a tiempo parcial; la reposición de los incentivos a la contratación de parados que el Gobierno eliminó hace un año, y un acordeón mudo, de momento, de medidas contra la corrupción que, entre otras cosas, someterá a la jefatura del Estado, es decir, la Monarquía, a la ley de transparencia. Sin fechas ni plazos, todo se fía a la voluntad y la oportunidad política del Ejecutivo. Pero el colofón del debate fue una montaña que se derrumba sobre el bipartito, con una dirigencia del PP aplastada por el innombrable extesorero Luis Bárcenas, y con unos dirigentes del PSOE minados por las banderías.

En el momento en que el PSOE tendría que estar más unido que una piña, elaborando el fruto nutricio que reclama la nación, los 14 diputados catalanes del PSC tomaron las de Villadiego y quebraron la unidad parlamentaria. Trece rompieron la disciplina del Grupo Socialista y, contra el criterio del PSOE, votaron a favor de la petición del referendo de autodeterminación de Cataluña que formularon CiU e IU-ICV en sus resoluciones tras el debate del estado de la nación. Carme Chacón no votó y se quedó en tierra de nadie, ni a favor ni en contra de las posiciones de Alfredo Pérez Rubalcaba (PSOE) y de Pere Navarro (PSC). La trifulca fue formidable. La bandería daña a los socialistas en su conjunto y revela la escasa autoridad de Rubalcaba.

“No es esto lo que necesita el país”, dijeron, por resumir en una sola frase, el andaluz Javier Barrero y otros dirigentes sensatos de las distintas federaciones en la reunión interna del Grupo Socialista. Se escucharon voces pidiendo la ruptura entre las dos formaciones con estructuras y funcionamiento autónomo. Y Rubalcaba apeló a la diplomacia ante los tambores de guerra intestina y abogó por revisar unas relaciones visiblemente desequilibradas a favor del PSC, que interviene en la política española sin que el PSOE haga lo propio en la política catalana. Pero el mal ya está hecho y más que en la diplomacia de Rubalcaba habrá que confiar en el temple y tino de José Antonio Griñan.

Tamaña cruz es la que –salvando las materias– ha colocado el llamado Bárcenas sobre los hombros del jefe del Gobierno, Mariano Rajoy. Ni siquiera la satisfacción de haber reducido el déficit público al 6,7%, aun a costa de los recortes, las subidas de impuestos y el sufrimiento de los ciudadanos, con la consiguiente recuperación de la confianza y la reducción de la prima de riesgo, le permite ganar credibilidad política. En la sesión de control del miércoles exhibió, cual Quijote lanceando ovejas, ese logro inédito en cualquier país de la OCDE. Pero, acto seguido, fue golpeado con el garrote del tesorero acumulador de millones de euros en suiza.

Rajoy, Cospedal, algunos ministros y la dirigencia principal del PP están minados por defender con engaños y simulaciones al ahora “innombrable”. Su credibilidad está bajo mínimos. Saben que era Bárcenas el que mandaba en el PP y, al tiempo, se enriquecía personalmente y enriquecía a otros. No sabemos a quién ni de dónde salía tanto dinero. Sólo que la “bomba atómica” del personaje era cierta y que, como dijo Cospedal, “cada uno aguante su vela” y Rajoy arrastre la cruz de haber contribuido a convertir esta democracia en una “cleptocracia” a costa de lo público.

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