Muchos perdones, pocas explicaciones

10/03/2013

Germán Temprano.

Llegará el día en que los propios profesionales sacarán a hombros de las salas de prensa al responsable político que tenga a bien contestar a una de sus preguntas. Es tal la perversión de este oficio que uno, tras más de cuarto de siglo en él, aún se queda anonadado por el caudal de agradecimientos y lisonjas que se vierten sobre alguien que acepta ser entrevistado sin condiciones ni vetos. Lo que debería ser la normalidad democrática se torna así en un prodigio. Nada extraño cuando el presidente del Gobierno lleva más de un mes sin aparecer ni a través del plasma. Debe ser que como no pasa nada digno de mención tampoco ve la necesidad de compartir con la opinión pública tanto tedio. Ya ha advertido Cospedal que todo lo que no sea esta crisis que les desborda, y más aún a las gentes que la padecen, son dimes y diretes, tontunas, pasatiempos de los desafectos al Ejecutivo. Mientras crece el clamor popular para que repita lo que ya se denomina ‘el chiste del finiquito’ no se le ha ocurrido nada mejor que arreglar tanto despropósito con otro aún mayor.

Bien es cierto que estos dislates sólo ven la luz ante la clá del partido no vaya a ser que alguien rebata tan luminosas tesis. No es casual que también fuera en un escenario amable donde la secretaria general, con motivo del Día de la Mujer, aportara su compleja teoría sobre la conciliación. “Nosotras conciliamos y ellos se van al fútbol”. Un derroche de intelectualidad que bien hubiera merecido ser reservado como asunto nuclear de una conferencia en Oxford o Harvard. Al calor de ese proverbio que invita a que tus palabras mejoren el silencio, en Génova se ha optado por esto último. Y así se suspenden comparecencias o los guardaespaldas de las ministras forcejean con los informadores hasta lesionarles. No es para menos ya que resulta intolerable el delito de cumplir con tu trabajo que, en este caso, además es o debería ser una función social de primer orden un país que se tiene por democrático.

Luego, bien es cierto, se pide perdón. Muy poca penitencia cuando lo que se coarta y se agrede no es tanto el físico de quienes deben ser transmisores de lo que pasa sino el derecho de la ciudadanía a saberlo. De poco sirve la libertad de expresión si quien tiene la obligación de expresarse se esconde en la madriguera de su arbitrariedad.  No se trata de hablar cuando se antoje sino cuando quien abona tu nómina a fin de mes precisa detalles sobre dónde va su dinero y para qué paga sus impuestos. Si lo hace para tener hospitales o para que un corrupto se lucre o para que el jefe del Estado haga reformas en suntuosos palacios son motivos sobrados. Tampoco valen perdones cuando se cobran escandalosas dietas, pero no se devuelve el dinero que sería sin lugar a dudas un acto de contrición mucho más sólido hasta que la presión social no obliga a ello. Esos arrepentimientos para los confesionarios. En la política o se restituye el perjuicio o uno se va a su casa cuando no las dos cosas a la vez. Aunque algunos no den crédito no son decisiones científicamente incompatibles. Prueben y lo verán.

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