Bienvenido Míster COI

18/03/2013

Germán Temprano.

No se trata de elevar la anécdota a categoría porque los zafarranchos decretados por Ana Botella para que la delegación del Comité Olímpico Internacional vea la ciudad  que quieren que vean, no la que es, lejos de ser una nimiedad puntual es un mayúsculo síntoma estructural. No es casual que buena parte de la recuperación del empleo y de la economía madrileña se fíe a dos agentes externos. Por un lado a las exigencias de una fiscalidad a la carta de un empresario sospechoso y por otro al arbitrio de un organismo con un pasado ciertamente turbio. No es por tanto fruto del azar abandonarse en los brazos ajenos sino consecuencia de la renuncia propia a acometer una política seria que se apuntale en sectores productivos de una solidez contrastada. Con la excusa de la fobia al intervencionismo estatal, salvo cuando hay que salvar el pellejo financiero de los bancos, se ha propiciado un páramo industrial y tecnológico, una descapitalización galopante de los derechos laborales, mucho más vulnerables en el sector servicios, y una notable merma de los salarios al calor de una crisis que pagan así quienes menos culpa tienen de su advenimiento. Todo ello mucho antes de la reforma laboral aunque su entrada en vigor haya servido de paraguas bajo el que cobijar estos retrocesos.

Nada nuevo por otra parte ya que en los años setenta Gran Bretaña y Estados Unidos abrieron la veda para sustituir los empleos estables y de calidad surgidos de los años de crecimiento por empleos precarios y mal pagados. Estos antecedentes, analizados con brillantez por Tony Judt en su breve pero imprescindible ensayo ‘Algo va mal’, conduce por sistema al planteamiento de una cuestión tan manida como tramposa. A saber: la mayoría de los ciudadanos prefieren trabajar a no hacerlo. Un axioma que, de manera torticera, evita fijar cuáles son los umbrales de ese peaje. Más aún en una coyuntura laboral en que, por mor de la reforma aludida, los convenios colectivos se han convertido en papel mojado. Y eso si hay o si se tiene pensado negociar algo que no te remita de manera sistemática al plato de lentejas. Algo que, otra casualidad, es muchísimo más complicado en empresas con altos índices de sindicalización y una capacidad de movilización que no tienen aquellos asalariados cautivos del miedo a perder su empleo por ejercer sus derechos.

No contentos con este deterioro las administraciones del PP, tanto la municipal como autonómica, han sumado un fuerte componente de frivolidad aritmética que ni siquiera se excusa en ideología alguna. Uno puede ser defensor del libre mercado, aunque de libre tenga bien poco, pero unos mínimos de responsabilidad política aconsejarían no generar expectativas falsas a gentes seriamente necesitadas de cualquier actividad que le reporte unos mínimos ingresos. Las cifras anunciadas sobre la creación de empleo derivada de los Juegos Olímpicos o Eurovegas son algo peor que falsas cuando provienen de alguien a quien se le exige cierto rigor en su responsabilidad pública: simplemente son improvisadas en función de un titular de prensa. Se dice que serán 300.000 o 120.000 o qué más da mil más o diez mil menos. Lo cierto es que en un caso se tratará de tajos temporales por la propia naturaleza del evento y en otro, en el mejor de los supuestos, algo más duraderos pero, probablemente, aún más despojados de esos molestos derechos laborales.

Como evidencia concluyente de este juicio baste recordar que desde una sede del Partido Popular se ofrecía la posibilidad de recoger currículos para trabajar en Eurovegas. Un ejemplo irrefutable de esta premeditada confusión entre el ámbito público, que incumbe a todos y no sólo a quienes votan o no a determinado partido, y la esfera partidista en el peor sentido de la palabra. La opción de peregrinar hasta la sede de una formación política con tus informes laborales bajo el brazo apesta a ese paternalismo trasnochado que emana del concepto de trabajo como un privilegio susceptible de agradecimiento y no como un derecho fundamental que implica a su vez otra serie de derechos. Y no solamente el de poder sobrevivir a cambio de cuatro perras.

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