El escritor está solo

27/03/2013

Daniel Serrano. No he sido capaz de concluir la lectura de ninguna novela de Lobo Antunes y, sin embargo, estas notas, estas crónicas breves, me han cautivado desde el primer momento.

Lobo Antunes melancoliza y lanza humoradas desde su guarida de escritor, contempla declinar la tarde en los espejos, pasan gaviotas y recuerdos de infancia, la guerra de Angola, silban las acacias y los relojes. Lobo Antunes escribe: “Qué amargo este Viernes Santo. (…) Las cuatro y media, no; ya casi las cinco. Los bolígrafos en la taza de Praga. La guía telefónica un cementerio por orden alfabético, con toda la gente tumbada. El rombo del sol ha llegado al sofá, ha empezado a subir por él. (…) Lo que de verdad me apetecería serías tú en ese sillón, tu cuerpo. El mar de Praia das Maças, por la mañana, perfumado de pinares. En agosto. Y, después de cenar, sentir las olas a lo lejos. Creo que sólo eso: sentir las olas a lo lejos. Sentir las olas a lo lejos. Sentir las olas a lo lejos”.

Lobo Antunes escribe triste, exclama “al final soy viejo qué raro”, esa extrañeza que nos provoca el paso del tiempo (pero si ayer mismo éramos niños, viajábamos por fin de curso a Florencia, declamábamos poemas de amor, trucábamos el miedo) y ese viaje al fin de la noche donde la muerte aguarda sin prisa alguna: “Y llega un momento en que se empieza a convivir con la muerte como si fuese una antigua amistad: alguien que anda por ahí, en alguna silla, sin molestarnos, amable, casi simpático, mirándonos por encima de las gafas con una revista en las rodillas. (…) la vemos en un extremo del mantel, modesta, borrosa, comiendo con nosotros, sonriendo cuando nos reímos, asintiendo ligeramente, marchándose antes que los demás

–      No se preocupen, no se preocupen”.

Aunque también:

“llega un momento en que la muerte es el agua en un colador, el crujido de una cómoda, un adiós por detrás de los cristales, allá arriba, en la ventana, una especie de noviembre que hace las tardes tristes, la sonrisa con la que se responde a las preguntas, los extraños, en la pastelería, tan distantes, una chica que nos atraviesa con la mirada, la vejez”.

Sí, de acuerdo. Es triste. Pero no triste del todo. Y, además, la tristeza forma parte de la vida. Hay capítulos brutales en este libro. Y hay capítulos de deliciosa ironía y tiernos y también los hay que hablan del oficio de escribir.

“Al preguntarle a Picasso cuál era su método de trabajo respondió

–      En primer lugar me siento

y cuando se sorprendieron

–      No sabía que pintaba sentado

Picasso explicó

–      No, no, yo pinto de pie”

Lobo Antunes es un tipo duro y su prosa posee

un timbre poético despojado de toda floritura, ajeno a miriñaques Lobo Antunes mira hondo y regresa bajo la acacia del jardín, allá en la infancia, o relata con extrema brutalidad la muerte de un joven amigo aquejado de cáncer y nos dispara en el centro del corazón, nos deja sin aliento, conmocionados, heridos de literatura. Porque la literatura ha de ser (a veces) esa herida que nos permite atisbar la claridad en las tinieblas (o la tinieblas en la claridad). Lobo Antunes golpea duro, escribe a puñetazos y afirma: “no hay nada más aburrido para los demás que un hombre que no se aburre nunca”. Y añade: “Escribir es una ocupación que raramente asocio al placer”.

Lobo Antunes resulta exquisito en su descripción de un Portugal de playas y pinares y calles donde el viento agita ropa tendida y perros tomando el sol y barrios donde la gente hace cola en las pastelerías, barrios solitarios casi siempre (no obstante) y pájaros que se sientan a esperar la caída del sol. Lobo Antunes vomita sus recuerdos terribles de la guerra de Angola: “El prisionero sin piernas amarrado al guardabarros del barreminas y que gritaba todo el rato. El cuartel de la Pide con los prisioneros dentro, y la mujer del inspector que les aplicaba descargas eléctricas en los huevos. (…) El primer muerto, un conductor al que llamábamos Macaco”.

No parece una lectura plácida esta que les estoy recomendando, ¿verdad? Pero basta ya de lecturas plácidas. A veces hay que asomarse al abismo. Y tampoco se trata de exagerar. Hay páginas tan bellas, tan llenas de amor y compasión en este libro. Hay páginas, incluso, de regocijante alegría. Hay páginas que nos hacen sonreir. Pero también hay páginas terribles y esas son las que nos asustan. Pero asustarse también es bueno.

Lobo Antunes, un magnífico escritor. Algún día (estoy seguro) seré de capaz de leer una de sus novelas completa.

Por ahora, este Tercer libro de crónicas me ha llenado de júbilo y así lo proclamo a los cuatro vientos.

Tercer libro de crónicas. António Lobo Antunes. Mondadori. 290 páginas.

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