Habemus Papam:

Eminentissimum ac reverendissimum Dominum,

Dominum Jorge Mario Bergoglio,

Sanctæ Romanæ Ecclesiæ Cardinalem Bergoglio,

Qui sibi nomen imposuit Franciscum.

 

Con estas palabras se desveló al mundo la identidad del nuevo pontífice; nombre elegido en honor al santo de Asís, pobre entre los pobres, símbolo de la austeridad y del servicio a los débiles. Buen comienzo. Se ha hecho llamar Francisco y es jesuita. ¿Acoge esta orden a los más liberales de la Iglesia? ¿A los más adaptados a los tiempos actuales y a la sociedad contemporánea? ¿A los más siniestros? Según la percepción del mismísimo Napoleón, una organización focalizada en alcanzar el poder absoluto para dominar el mundo… Generadores de controversia pues, cultos y rupturistas -ya conocen mi predilección hacia la rebeldía contra los poderes establecidos-. Se verá con el transcurso de los meses hacia dónde dirige el timón el recién proclamado papa. Aunque tras renunciar a vivir en el lujoso apartamento pontificio en una decisión sin precedentes, parece que este tipo va en serio.

Se puede ser creyente, agnóstico, ateo, apóstata… todo es admisible y respetable.  Desde esa tolerancia y sea cual sea la creencia de cada cual, hay que reconocer que el papa Francisco ha conquistado a casi todos por su sencillez, por su comportamiento humilde y por su proximidad a los más débiles, alejado de boatos y oropeles. Al menos en las formas, supo combinar carisma propio y anhelos ajenos desde el minuto cero. Veremos en el fondo. Una figura de relevancia e influencia mundial es lo que tiene: poner a todos de acuerdo no se consigue ni con gloria bendita. Pero yo apuesto por las personas cercanas, las que miman los pequeños detalles, las que acometen gestos modestos desde las alturas. ¿Qué Bergoglio podría contar en su debe y haber con luces y sombras a lo largo de su trayectoria vital? Que tire la primera piedra quien permanezca inmaculado desde la cuna.

El flamante papa tiene tarea. Comenzando por actualizar y defender los verdaderos valores de la Iglesia, los que Jesucristo proclamó. Atajando de raíz las conductas impropias y la corrupción en el núcleo del Vaticano, cuestión que el propio papa emérito Ratzinger encomendó a su sucesor. Laos mandamases de la Iglesia no están exentos de la codicia implícita a toda gran estructura de poder. Comenzando por la todopoderosa Banca Vaticana, foco permanente de sospechas. Y es necesario un puño de hierro implacable que castigue y destape a los pederastas. Sin excusas. Cuando Bergoglio afronte tales materias sin complejos, comprobaremos si la cosa va en serio. Además de debates implícitos al siglo XXI tales como la aceptación del uso del preservativo o de las uniones homosexuales, hay que abordar otras cuestiones que permanecen en la conciencia colectiva, tales como ¿debería la Iglesia suprimir el celibato? ¿Tendría que permitir que las mujeres ocupasen los mismos puestos que los hombres en su organización interna? Controversias que no se podrán eludir eternamente.

A pesar de sus imperfecciones y contradicciones, aún no he encontrado nada en esta religión que induzca a sus fieles a dañar, más bien lo contrario. Que hay indeseables que se valen de la religión católica para cometer abusos y desmanes es incuestionable, como en otras confesiones y en otros muchos ámbitos. Lo que no debemos obviar es que en el seno del catolicismo millones de personas encuentran consuelo y esperanza -aunque las cúpulas siempre son harina de otro costal-.

Por lo pronto el catolicismo ya tiene un nuevo líder. Una elección que ha llenado de gozo a los fieles de Hispanoamérica, quienes representan más del 40% de los católicos. Solo me queda felicitar a los creyentes por el nombramiento de un papa que promete.

«Jesús nos enseña el otro camino: salir a dar testimonio, salir a interesarse por el hermano, salir a compartir, salir a preguntar, encarnarse. Clericalizar la Iglesia es hipocresía farisaica”. Cardenal Bergoglio.