Nikkei 225, donde la comida japonesa se fusiona con la peruana o a la inversa, es un restaurante pequeño en la zona de la Castellana de Madrid, muy cerca de la plaza de Colón, es decir, muy bien comunicado. Apenas su comedor central, tendrá unas 12 mesas, eso sí, muy pegaditas que hacen difícil una conversación privada. Los ventanales a pie de calle tan poco te hacen pasar desapercibido. Al fondo hay otro salón con parecida capacidad, en el que nunca he comido y también, cuenta con un reservado y una pequeña barra de sushi.

El trato es discreto, correcto y eficaz. Nada de conversaciones y explicaciones sobre cómo comer o cómo servirte. El atrezzo sencillo, discreto y elegante. Palillos, platitos de cerámica, bandejitas, todo muy estética japonesa.

No tengo el gusto de conocer al cocinero peruano Luis Arévalo, dueño del establecimiento, pero sí de haber probado varias veces sus exquisiteces. La fusión peruana japonesa la borda. Ese pez mantequilla preparado a la vista, se deshace en la boca, la ensalada de algas es exquisita con ese toque en la boca al masticar, con la extraña sensación de partir algo crudo que ha sido macerado durante horas, que la hace tan especial y sabrosa. Sushis, niguiris, sashimis y los langostinos rebozados en salsa huacatai. Sensacionales porque su comida es ligera y no tienes la sensación de haber comido como si fueras una boa constrictor. Así, es fácil llegar al postre y sucumbir con la manzana ácida con higos y helado de cominos. Me gustó que los postres no parecen empalagosos, es como el resto de la comida, ligera, sabrosa, justa, fresca y deliciosos contrastes de sabores y aromas.