La segunda Transición

08/04/2013

Germán Temprano.

Usar la memoria histórica no como antídoto contra futuros errores sino como martillo pilón contra cualquier objeción a sus protagonistas merma de manera sobresaliente su virtualidad. A estas alturas ese mantra del papel del Rey en la Transición sólo sirve o como recurso en tertulias televisivas o, de tan manido, como elemento contraproducente en la valoración actual del monarca ya de por sí muy cuestionada. No hay que olvidar el pasado pero tampoco el presente ni mucho menos el porvenir. Es posible, y no en todos los casos, que para quienes supimos en vivo y en directo del miedo del 23-F su comparecencia de esa noche sea el fotograma que primero nos asalta los recuerdos. Sin embargo no lo es menos que para las generaciones posteriores, y qué decir de los más jóvenes, esa instantánea se sustituye en su imaginario por la versión mucho menos edificante del cazador de elefantes, de las canitas al aire y de los gastos con dinero público, nunca desmentidos desde Zarzuela, en mansiones de cuento para princesas de muy carne y hueso. Por tanto, no hace falta que digan las encuestas lo que es un clamor en la calle.

El deterioro de la institución es tan evidente como el inmovilismo de quienes se atrincheran por interés en una defensa demasiado genérica para problemas tan concretos. Bien pudiera parecer, y seguramente lo sea sobre lo que hay, un avance que, aunque sea con tibieza, la Casa Real se adhiera a la Ley de Transparencia. Sin embargo es demasiado el peso que supone que durante más de treinta años no se haya sabido nada de la distribución de los dispendios como para elogiar algo que siempre debería haber sido así en un país que se tiene por democrático. Un sistema en el que, incluso más por sentido común que por ideología, se antoja asaz complicado sostener a largo plazo que el Jefe del Estado no lo sea tras el veredicto de las urnas.

Ejemplos no faltan de países más que desarrollados que mantienen sus monarquías sin apreciables conflictos por ello. Como también sobran aquí razones, y a los tribunales hay que remitirse, para plantearse con la calma que requiere si a esta primera Transición no debe sucederle ya otra que encamine a una forma política de estado que nada tenga que ver con el RH y sí con la voluntad popular. En estos durísimos tiempos de crisis tampoco hay que obviar que la gran mayoría social más que reflexionar sobre el modo de estado lo hace sobre el modo de llegar a fin de mes. Por tanto, fuera de la liturgia de respetables minorías, tan o más preocupadas por el merchandising republicano que por sus principios ideológicos, parece que la prioridad en este asunto sería aplicar aquello de que las prisas son malas consejeras aunque el fin último parezca tan legítimo como inevitable.

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