Ni triste ni solitario ni final

12/04/2013

Daniel Serrano. El poli de vuelta de todo, una conspiración con pacto de silencio, las trabas de los burócratas que prefieren no remover ciertos asuntos, Los Ángeles como paisaje desolado, un toque de jazz, acción trepidante en las últimas páginas. Qué más se puede pedir. Se puede, se puede.

La caja negra, de Michael Connelly

La caja negra, de Michael Connelly

Cumpliendo con mi obligación semanal, acudo a ustedes con una novela bajo el brazo pero esta vez no esperen desaforadas muestras de entusiasmo, no se puede ser sublime sin interrupción por mucho Baudelaire insistiera y hay lecturas que cumplen su función de entretenimiento sin más y aquí paz y después gloria. Es el caso de La caja negra, lo último de Michael Connelly, afamado autor de literatura policíaca.

Y eso que el punto de partida argumental resulta de lo más atractivo: el caso de asesinato de una mujer blanca durante los disturbios raciales de Los Ángeles de 1992 se reabre 20 años después y al curtido inspector Harry Bosch le toca ponerse a investigar. Lo que viene a continuación es una eficacísima trama policial, un texto de excelente ritmo, un ejercicio de oficio narrativo sin tacha. O sea, una novela que se lee de un tirón y que contiene todos los ingredientes básicos del relato de detectives. El poli de vuelta de todo, una conspiración con pacto de silencio, las trabas de los burócratas que prefieren no remover ciertos asuntos, Los Ángeles como paisaje desolado, un toque de jazz, acción trepidante en las últimas páginas. Qué más se puede pedir. Se puede, se puede.Se puede pedir un poco más de densidad psicológica en los personajes (sobre todo en el personaje protagonista, apenas tan crepuscular como quisiéramos) y se puede pedir mayor osadía narrativa y algún apunte de mayor hondura sobre esa bomba de relojería que es una ciudad como Los Ángeles, siempre a punto de estallar por la violencia de las bandas y el delicado equilibrio racial. Apenas quedan esbozados estos temas y Connelly prefiere apostar sobre seguro por la intriga pura y dura. Es una opción. ¿Alguien le pide a Agatha Christie una dosis de análisis social? Ya. Pero la buena novela negra tiene ese componente lateral que implica radiografiar las suciedades del sistema. Así que Connelly, efectivamente, queda aquí más cerca de Agatha Christie que de Chandler, Hammet o Ross McDonald.

No obstante, ya les digo, no está nada mal esta novelita. Para pasar el rato es una elección muy digna. Teniendo en cuenta la ingente cantidad de novela policíaca que se publica de un tiempo a esta parte, Connelly cumple sobradamente y puede destacar en medio del aluvión. Pero. Ah, amigos (y amigas), habrá quien (como yo) exija algo más. La caja negra se lee y se digiere a toda prisa. Se disfruta a ratos. Y se queda en muy poca cosa en cuanto uno le da varias vueltas a lo leído.

Tal vez estoy siendo injusto y conste que, por ejemplo, a mi padre le gustó bastante (permítanme la confidencia familiar) y leí una reseña donde se señalaba que esta sí, esta sí que le había salido bien a Connelly. Con que no se fíen de mí y, si tienen ganas de un sano entretenimiento, hinquen el diente a esta ficción. Ahora, eso sí, no me van a convencer (como quieren algunos críticos) de que esto vuela a la misma altura que los clásicos. Aquí nada es triste, solitario y final como en los relatos que Marlowe protagoniza, castigándose el hígado con un gimlet y viendo atardecer sobre el Pacífico. Harry Bosch carece de ese carisma que poseen los grandes detectives. Cumple, eso sí. Resuelve el caso. Pero falta la magia.

Bueno, ya les digo, tampoco se fíen demasiado. Lean, disfruten y luego, ya de paso, tomen de la estantería El largo adiós y dejen que la poesía trágica y excesiva de Chandler les devuelva a los tiempos en que el policíaco era alta literatura.

La caja negra. Michael Connelly. RBA. 393 páginas.

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