Thatcher Street

15/04/2013

Germán Temprano.

Quizás como tributo a quien fuera una de sus referencias ideológicas, Manuel Fraga, la alcaldesa Ana Botella ha ido mucho más allá de aquel ‘la calle es mía’ para hacerse con el callejero en su totalidad. Sólo desde ese presupuesto de usufructo partidista de lo que es de todos se puede entender su decisión de dedicar una calle en Madrid a Margaret Thatcher. Bastaría ceñirse a la literalidad de los requisitos de este reconocimiento para delatar el despropósito que supone (por ejemplo una inexistente vinculación con la ciudad), pero, por si fuera poco, no está de más recordar que en la propia Inglaterra se omitieron hasta los minutos de silencio en los campos de fútbol por el fundado temor a que se convirtieran en horas de abucheos.

Las fiestas por la muerte de la ex primera ministra británica han sido de un gusto más que dudoso aunque lo suficiente elocuentes para cuestionar si la voluntad del Partido Popular madrileño es más el homenaje o buscar y encontrar la provocación. Que el legado de la llamada Dama de Hierro haya supuesto un repudio intergeneracional tan consolidado en Gran Bretaña después de tantos años debería dar que pensar si lo que se quiere es sumar voluntades y no agitar las discrepancias. Los brutales ataques sociales a las clases más desfavorecidas y los directamente bélicos al calor de la absurda guerra de las Malvinas componen un currículo que si algo merece no es desde luego el recuerdo imperecedero de una calle.

Más aún cuando el caprichoso destino ha querido que en la propuesta conjunta de Ana Botella se acompañe de nombres como el del irrepetible José Luis Sampedro ¿En qué cabeza cabe otorgar en el mismo día y por los supuestos mismos méritos una calle a ambos? ¿Cree la señora Botella que su mayoría absoluta da derecho al  cumplimiento de sus absolutos caprichos? Una pregunta que resulta tan retórica como indignante que quienes loan y agasajan a Thatcher y le conceden un espacio público en Madrid se la hayan negado al compañero José Couso que vivía en esta ciudad y moría vilmente asesinado por cumplir con su trabajo. Pero claro, hasta en los muertos, siempre ha habido clases. Que se lo pregunten a Thatcher y a sus acólitos.

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