El problema de las felicitaciones es que no sabe uno a quien dirigirlas. En este caso, además, no sabe uno muy bien si hay que felicitar por algo, con la que está cayendo. Ya ha dicho el presidente del Gobierno que nos quedan cinco años por delante para ajustar los desequilibrios del país. Así que… que Dios nos pille confesados si es que nos pilla.

Visto lo visto, no es que éste haya sido un annus horribilis, es que ha sido un año espantoso, si es que hay superlativos en estos casos. Queda por delante la reforma de las pensiones, nuevas reformas en el mercado de trabajo (que vendrán) y un país que da la sensación de haber perdido todas sus esperanzas.

La desesperación es mala consejera. En bares y tabernas (auténticos foros de debate) ya ni siquiera se plantea el futuro que tiene un recorrido que no va más allá de las 24 horas. Como si el pesimismo se hubiera instalado entre el botellón de cerveza y el montadito de panceta.

Por no saber, ni siquiera sabemos si José Luis Rodríguez Zapatero repetirá como candidato. Ha dejado la incógnita en manos de su señora (lo que está muy bien) y en manos de alguien del partido muy cercano a él. Así que otra incógnita más para un nuevo año cargado de incertidumbre.

Aunque lo cierto es que no parece que haya misterio en lo que vaya a ocurrir con la reforma de las pensiones. Cualquier reforma –eso es seguro- siempre va a peor. Ninguna, que yo sepa, ha servido para mejorar lo existente. Se aumentarán los años de cálculo (lo que rebajará inevitablemente la cuantía a percibir), se retrasará la edad de jubilación (lo que dificultará la entrada de jóvenes a un mercado de trabajo decreciente) y, en definitiva se endurecerán las condiciones para alcanzar la ansiada pensión.

Me gustaría acabar esta ¿felicitación? Con una sencilla pregunta: ¿En el caso de que las condiciones económicas mejoren y se recupere el mercado de trabajo, los derechos perdidos como consecuencia de la crisis (despido, pensiones) se volverán a recuperar?

Parece que sería lo lógico, ¿no?

Y para terminar: vergüenza lo sucedido con la ley de derechos intelectuales. Ni unos ni otros han sido capaces, por miedo a los internautas, de defender lo obvio: quien hace canciones, cine, novelas, poesía o cualquier forma de arte, tiene derecho a vivir de ello. Lo mismo que el arquitecto, que el panadero o el taxista.

Pero vayamos a la poesía, consuelo del triste y bálsamo de las almas. De José María Álvarez:

El desamparo de la vida
Una cultura de casa de huéspedes
Desesperadas estampas
No cabe duda nuestra herencia
ha sido pródiga en desastres